Respecto a la música misma, utilicé una serie dodecafónica de Stravinsky (de su obra
Threni), como material de partida. No era necesario que fuera dodecafónica ni que fuera de Stravinsky, es una coquetería personal.
Threni es una lamentación y esa idea me gustaba para Angelus novus. Pero la forma de usar la serie no solo no es dodecafónica, es que es casi un atraco. El único sentido de usar una serie era el de formalizar que no parto de materiales previos, de origen o atmósfera tonal, por ejemplo. Pero, no obstante, la atmósfera tonal llegó cuando se fueron formando configuraciones melódicas a partir de su propio desarrollo. No es una forma de componer fácil de describir porque no es metódica ni está formalizada, es como ver crecer el material pero desde la lógica auditiva. Aparte de que necesito esos resultados para la escritura vocal, no me gusta mucho la escritura vocal atonal en una ópera, creo que es un callejón sin salida.
En cuanto a la parte puramente instrumental, me he divertido mucho, tanto haciéndola como luego escuchándola a ese quinteto de virtuosos con los que pude contar (Joaquín Michavila, flauta; Mónica Campillo, clarinete; Gala Pérez Iñesta, violín; Isabel Requeijo, piano; y Rafa Gálvez, percusión; todos ellos muy bien concertados por Juan Carlos Garvayo), un lujo.
5. R.P.: Comenta usted sobre la obra que:
“Aspira a comunicar y servir a la naturaleza expresiva de las ideas”, desde el punto de vista creativo y musical ¿cómo aborda usted esta idea?
Jorge Fernández Guerra: Si usted dice que yo he comentado eso, la creo, pero no recuerdo bien esa expresión ni me dice mucho, entre otras cosas porque tiene algo de obviedad. De todos modos, remanguémonos: supongo que la naturaleza expresiva de las ideas se da por supuesta, lo que no se da igual es la calidad que se alcance. Entiendo, que la manera más pura de alcanzar esa
“naturaleza expresiva de las ideas” consiste en que estas se plasmen con total limpieza y claridad. Pero para eso hay que partir de un acuerdo respecto a lo que son las ideas
“expresables”. Algunas de esas ideas podrían ser las emociones, otras podrán ser los conceptos abstractos. En el caso de una ópera, las ideas deben vehicularse desde la lógica de los personajes que se presentan; otro caso sería que los personajes fueran entes abstractos que transmiten conceptos, al modo de una cantata.
Si volvemos a la realidad de mi ópera, que nos trae aquí, yo he abordado las ideas en varios planos: el más inmediato es el de un personaje que transmite recuerdos, generalmente de su infancia, así como ideas más conceptuales. Todos los textos (con alguna excepción de poco relieve) parten de los de Walter Benjamin, así que utilicé esos textos como si fueran el itinerario de una persona (Benjamin, titular de esos recuerdos) que podría estar en un recordatorio de su vida, como si fueran sus últimos momentos. Está claro que se evoca la situación del filósofo en esa noche última pasada en un hotelucho de Port Bou, esperando y provocando su muerte para no seguir el calvario que se le anunciaba si se le entregaba a la Gestapo. Pero, aunque los textos evoquen esta situación, no la describen ya que Benjamin no ha dejado textos propios de esa famosa noche, salvo que alguna vez se descubra algo en la célebre maleta hoy desaparecida.
Otro aspecto clave de mi enfoque es que los textos de Benjamin se reparten en dos personajes, un hombre y una mujer. Podemos suponer que el hombre es el propio Benjamin, pero, ¿quién es la mujer? Yo no lo aclaro, pero es alguien que sabe todo lo que él piensa. Así que queda abierta la identidad de esa mujer sombra. ¿Quizá un ángel? ¿Una cuidadora, algo inverosímil en esa situación? ¿Una agente de la Gestapo? La idea más sugestiva y poética es la primera, ángel, pero es la más enloquecida dramatúrgicamente. Como yo no lo dejo claro, queda a la libertad de quien realice el montaje. La versión de Montfort, apostando por un universo de alto nivel simbólico y sin ninguna otra aclaración, me parece tan atinada como fascinante. Pero entiendo que cualquier otra tendría el mismo valor.
6. R.P.: ¿En qué momento como compositor se encuentra?
Jorge Fernández Guerra: Me encantaría seguir haciendo ópera. Creo que he atesorado una experiencia muy valiosa en un campo de extrema dificultad y, claro está, sería penoso no aprovecharla.
Por otra parte, hacer ópera es consustancial a poder representarla, no es asumible hacer óperas para el cajón. Yo he conseguido producir dos óperas de pequeño formato con un embrión de compañía,
laperaÓpera, pero el tiempo corre en mi contra. Ahora mismo no veo en el horizonte perspectivas de que pueda seguir realizando lo que deseo y pretendo; pero es cuestión de seguir, las perspectivas podrían aparecer tras la siguiente loma. Tampoco tenía perspectivas de que
Angelus novus se fuera a grabar y editar en CD y sin embargo se ha realizado. Por naturaleza, no suelo ser pesimista.
7. R.P.: ¿Cómo ve la panorámica en Europa de la música contemporánea?
Jorge Fernández Guerra: Al margen de que la composición sigue actuando como si el mundo fuera el mismo que hace cincuenta o cien años, veo que lo que no es lo mismo ni de lejos es Europa. Los compositores de creación seguimos con referentes tipo Schoenberg, Webern, Stravinsky, etc., y un salto generacional después, Stockhausen, Boulez, Ligeti, Cage, etc. Sin embargo ni el mundo ni Europa se parecen en nada a lo que vivieron esta gente. Ha desaparecido el interés que podía haber respecto a la producción de la creación musical; pintamos muy poco, por más que la fenomenal inercia centroeuropea se empeñe en no verlo. Así que los citados referentes no nos valen, o no más que Bach, Beethoven, Brahms, Mozart o Monteverdi (que cada cual ponga aquí el nombre que quiera).
La música contemporánea no solo tiene que ser nueva (siempre lo es cuando es buena), es que debe crear su propia justificación. Algunos hablan de que no se llega al público, y lo dicen con una ingenuidad digna de mejor causa. ¿Qué público? ¿Qué sociedades? Europa está en una situación de extrema fragilidad, apenas sabe quién es ni qué es. En este contexto, una pieza de música con algún ruidillo nuevo o una argucia técnica de nueva factura no puede frenar la marcha de un mundo que se nos echa encima. Ese era el sentido del famoso cuadro de Klee,
Angelus novus, que Benjamin llevaba consigo casi hasta el final de su vida: el ángel de la historia que es prácticamente atropellado por un huracán de extrema violencia llamado progreso, pero que también podría tener otros nombres: crisis política, amenazas de guerras, conflictos autodefensivos, etc. Una Europa que se bloquea al mundo, que tiene miedo a unos emigrantes desnutridos y sufrientes, que no sabe reorganizar un mejor equilibrio de sus rentas; esa Europa, en fin… ¿qué clase de música contemporánea pretende tener?
8. R.P.: ¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Jorge Fernández Guerra: Si me dejo llevar por un cierto desánimo benjaminiano diría que… sobrevivir ya es bastante. Pero, de momento no hay ningún drama a mí alrededor, así que pretendo seguir como si nada sucediera. Si la catástrofe me alcanza, hay varias opciones: la de Benjamin en Port Bou, la de la orquesta del Titanic, la de la heroica, la del cobarde…
Si la pregunta busca respuestas más artísticas, ya he dicho que lo que me apetece más que nada es continuar con la ópera. Y si no hay opciones claras de poner algo en pie, por más modesto que sea; seguiré pensando en fórmulas; seguiré haciendo cursos sobre ello, que me divierten mucho; quizá escriba algún otro libro más sobre la materia, ya he hecho uno y no me ha pasado nada; y no pierdo la fe, al fin y al cabo es igual de barato que mantenerla. Y, desde luego, cada vez que vea un proyecto musical sugestivo o “las musas” me soplen cosas al oído haré la música que corresponda a la ocasión. No parece un programa fascinante de trabajo, pero a mí me parece de una ambición insensata, la de seguir siendo compositor pase lo que pase.
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de World Edition
Nacido en Madrid en 1952,
Jorge Fernández Guerra es uno de los compositores españoles más destacados de su generación. Además de su trabajo como compositor, que le ha valido el Premio Nacional de Música 2007 del Ministerio de Cultura, ha destacado como gestor musical y como ensayista sobre temas musicales, con importantes responsabilidades en prensa y en destacadas instituciones de la vida musical.Como compositor, su obra se enmarca en el ámbito de los problemas de cambio de paradigma estético que tomaron forma a partir de la década de los años ochenta. Posteriormente, durante su larga residencia en París, en la década de los noventa, amplió su visión de las transformaciones que la música de creación precisaba acometer en el cambio de siglo, entre ellas la revisión lúcida de la herencia vanguardista y una nueva estrategia de validación social de la composición musical de origen europeo.
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Jorge Fernández Guerra