ISSN 2605-2318

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Compositores Españoles Imprescindibles del siglo XX: Isaac Albéniz. Parte I


18/11/2017

Parte I. Entrevista. Esta nueva entrega de nuestros Imprescindibles del siglo XX está dedicada a Isaac Albéniz y lo va a presentar Jacinto Torres, catedrático de musicología en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid hasta su reciente jubilación y académico numerario de la Real Academia de Doctores de España.

   



Isaac Albéniz y Pascual

1860 – 1909
















 



"Es Isaac Albéniz quien abre la puerta de nuestra música a la modernidad. Suyo es el mérito de haber sido el primero de los músicos españoles en llevar a la práctica, y bien eficazmente, la valoración y el reconocimiento de la música española más allá de las fronteras"   Jacinto Torres



 

 

Entrevista al musicólogo Jacinto Torres

por Ruth Prieto

 
1. Ruth Prieto: ¿Cuándo escuchó por primera vez Albéniz?, ¿cómo fue su descubrimiento de este compositor?

​Jacinto Torres: Tengo grabado en mi memoria un recuerdo de infancia, ya muy lejano, de cuando en casa escuchábamos la radio en las frías tardes del invierno. Uno de los programas –imposible recordar cuál– tenía como sintonía de cabecera un fragmento de música que me llamaba poderosamente la atención. Ya desde la primera vez me pareció como si la hubiera oído siempre, como si de siempre la conociera. Yo sentía esa música muy viva, alegre, directa, cercana...
Sólo mucho después supe cuál era aquella pieza que tanto me había acompañado: Triana. Hoy, al cabo de muchos años, su luminosa vitalidad me sigue acompañando.

2. R.P.: ¿Cómo definiría a Isaac Albéniz como compositor?

Jacinto Torres: Una sola palabra lo define básicamente: autodidacta. No es verdad, y esto importa señalarlo, que careciera de instrucción técnica o académica, pero su personalidad ávida le llevaba por delante de las enseñanzas que recibía. Albéniz era como una esponja, capaz de absorber y asimilar cuanto hallaba en su entorno. Y su entorno, ya desde su infancia precoz, fue extraordinariamente plural y valioso. Supo asimilar la corriente de música popular que compositores románticos foráneos (Rimsky, Glinka, Liszt, Bizet...) habían puesto de moda en Europa pero que, no lo olvidemos, tenía su raíz en el genuino folklore. Luego, en su temprana carrera como pianista virtuoso, se empapó por igual de la viveza rítmica de Scarlatti, de la sensibilidad de Chopin y del vigor de Schumann. Es en el Madrid de los años ochenta cuando el intérprete de fama se hace compositor, y poco después, en su etapa londinense, aprende a manejar la orquesta. Y por último su traslado a París, ya en la última década del siglo, resulta finalmente decisivo: por un lado la severidad y el rigor estructural de los postulados post-frankianos de la Schola Cantorum (en la que llegó a ser profesor), por otro lado la pujanza y el irresistible atractivo de las corrientes modernas del impresionismo. Y, por detrás, siempre, creámoslo o no, la seguidilla, la jota y Wagner. A partir de todo ello, paso a paso, obra a obra, Albéniz va definiéndose como compositor, tan versátil y variado como específico y singular.

3. R.P.: ¿Cómo era su música?

Jacinto Torres: De algún modo queda apuntado en el párrafo anterior. Su música es diversa, pues se nutre de fuentes sumamente dispares, y transita desde un elegante folklorismo estilizado, pasando por una buena cantidad de obras de forma clásica y carácter ecléctico y cosmopolita, hasta la casi abstracción que vehicula la nostalgia de su portentosa Iberia.
Tal como se señala en el artículo "Isaac Albéniz tras su centenario", a continuación de esta entrevista, es muy interesante observar cómo, en su conjunto, en las obras del estilo maduro de Albéniz, particularmente las composiciones para el piano, no se evidencia un punto de ruptura, no hay un quiebro drástico en sus maneras de compositor, no se produce ningún cambio radical entre las piezas para piano de los años ochenta y los pentagramas mejores de Iberia, a pesar de la originalidad y profundidad de ésta. La técnica procede de su época juvenil, tan precoz, de intérprete virtuoso; incluso los estilemas y los procedimientos son sustancialmente los mismos: el apego a la forma breve y cantabile, la copla central como eje melódico, la simetría de la recapitulación, la poderosa vertebración rítmica, el escaso protagonismo de los desarrollos, la sugestión del juego tonal/modal, la audacia armónica. Casi todo ello está, aunque en distinta medida, tanto en las composiciones de juventud como en las obras maestras que produjo al final de su vida, ya en los primeros años del nuevo siglo veinte.
Pero lo que la música de Albéniz nos revela de la manera más diáfana es su enorme capacidad de sugestión y su poderoso estímulo para, más allá de la estricta escritura de los pentagramas, despertar en el oyente –y hacérnosla resonar como por simpatía– toda la música que llevamos dentro.

4.  R.P.: ¿Cuáles son sus hitos musicales más destacables?

Jacinto Torres: Siendo tan abundante y tan variada la producción de Albéniz, cada cual encontrará en esta o en aquella obra su favorita, sea por razones de expresividad o de técnica. Está claro que su aportación más trascendente está en la música para piano, pero haríamos mal en desatender su producción escénica y orquestal, si escasa no por ello menos brillante, así como sus bellísimas canciones cuyas cuatro últimas, publicadas el mismo año de su muerte, transmiten una sensación exquisitamente desolada y en cuya escritura pianística un oyente atento y sensible descubrirá, compendiados, todos los recursos y todos los timbres que el maestro había imaginado para Iberia
En cuanto a su producción pianistica, hay común acuerdo en celebrar la gracia que caracteriza las piezas de la Suite Española o de los Recuerdos de Viaje, de mediados de los años ochenta, pero en composiciones de finales de la década que no son tan conocidas, como Espagne-Souvenirs (T.103), encontramos un decisivo salto cualitativo que nos conducirá, a través de la mágica sonoridad de los primeros compases de La Vega, hacia la que sin duda y con toda justicia es reconocida como su obra más señera, esa Iberia del final de sus días que resume la caleidoscópica diversidad de una España ausente y sublimada en la lejanía del exilio de su autor, trascendida, idealizada por la distancia, en la que Albéniz nos ofrece lo más depurado y hondo de su legado musical.

5.  R.P.: ¿Qué aporta la música de Albéniz a la música contemporánea del siglo XX? 

Jacinto Torres: Son varios los aspectos de la obra albeniciana que alumbran la música española del siglo veinte. De ellos quiero destacar el que me parece en general más inadvertido por los comentaristas y biógrafos, que es el elemento de ligazón (ayer perdida, acaso hoy en delicado trance de recuperación) con nuestra tradición, con las raices seculares de nuestra música. Tal como señaló con perspicacia Manuel de Falla refiriéndose a Iberia, lo que hace la belleza de esta música y su incomparable valor para España es que representa realmente para nosotros la imagen final, lúcida y crepuscular, de un ambiente y una época que jamás volveremos a ver, la última mirada a un mundo que se transforma y desaparece.
El gran mérito de Albéniz está en haber sabido conciliar esa herencia con una renovación técnica que en el caso de la escritura pianística la lleva hasta sus más altas exigencias. Sin ello, tanto en el fondo como en la forma, la aparición de obras como la Fantasía Bética de Falla habría sido sencillamente impensable.
Iberia, que en opinión de experto tan inobjetable como Olivier Messiaen es la obra pianística más señera de la centuria, ejemplifica con la máxima eficacia la ligazón expresiva entre el todo y las partes, con un intenso poder de sugestión que se muestra con plasticidad casi pictórica. Y desde ese romanticismo otoñal trascienden sus pentagramas hacia una expresividad y un lenguaje nuevos que apuntan al impresionismo. No es una casualidad que Debussy, al final de vida, pasara largas horas tocando para sí mismo, con fruición obsesiva, aquella Iberia que Albéniz había concebido (y, precisamente, como “impressions”) algunos años antes de que el maestro francés escribiese, poseído por una fascinación insuperable, su propia visión de Iberia.
 
6.  R.P.: ¿Por qué hemos de considerar a Isaac Albéniz como compositor imprescindible del siglo XX?

Jacinto Torres: Es Isaac Albéniz quien abre la puerta de nuestra música a la modernidad. Suyo es el mérito de haber sido el primero de los músicos españoles en llevar a la práctica, y bien eficazmente, la valoración y el reconocimiento de la música española más allá de las fronteras, así como de haber estructurado un lenguaje y unos procedimientos característicos, de gran valor expresivo y de muy alta exigencia técnica, que si por una parte evidencian la culminación estética y técnica del piano postromántico, por otra constituyen un punto de partida y una referencia obligada para el piano de todo el siglo XX, siendo el hito fundacional de la moderna música española.
Todo lo cual, si acaso imaginado por alguno, nadie antes que él llegó a hacer realidad en su tiempo; una música que, sin dejar de ser cada vez más radical y esencialmente española, supo irse haciendo también cada vez más universal. Y con ella, al tiempo que abría a los oídos de compositores y públicos foráneos un mundo sonoro a la vez reconocible y novedoso, abría también las puertas de editoriales, conservatorios, teatros e instituciones europeas a otros jóvenes músicos españoles que siguieron sus pasos de pionero, como fue el caso de Joaquín Turina, Pablo Casals o Manuel de Falla, cuyas tempranas relaciones con Albéniz resultaron decisivas para el impulso de su naciente carrera artística.
  
 
Ruth Prieto


 



 
Jacinto Torres Mulas Catedrático de Musicología en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid hasta su reciente jubilación y académico numerario de la Real Academia de Doctores de España, es también presidente de la Sección de Arquitectura y Bellas Artes de esa institución.
Premio fin de carrera de Musicología y doctor cum laude en Filología Hispánica, ha sido durante más de tres lustros profesor en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense, donde constituyó el Gabinete de Documentación Musical.
Miembro fundador de la Sociedad Española de Musicología en 1977, fue su primer Secretario General. Fundó en 1982 el Instituto de Bibliografía Musical, entidad pionera en España en este campo. En 1986 pone en marcha el Centro de Documentación Musical, del Ministerio de Cultura, que dirige hasta 1990, donde concibe y realiza la base de datos “Recursos Musicales en España”.
Autor de una veintena de libros y más de un centenar de ensayos y artículos, es internacionalmente reconocido como el más riguroso especialista en la obra de Isaac Albéniz y a su trabajo se debe el hallazgo y recuperación de diversas partituras desconocidas o inéditas, como el Salmo VI del Oficio de Difuntos (1990), el primer estudio de conjunto sobre La producción escénica de Isaac Albéniz (1991), la reconstrucción y edición de la Rapsodia Española para piano y orquesta en su versión original (1996), la edición facsímil y estudio de los manuscritos de Iberia (1998), la Integral de la obra para voz y piano (1998), Reflexiones en torno a la recuperación de “Merlin” (1999), La pasión cervantina de Isaac Albéniz (2005), Las claves madrileñas de Isaac Albéniz (2008), Isaac Albeniz y los hermanos francmasones (2010), o la revisión y edición de la Suite de orquesta Catalonia (2011), entre otros. Tras más de una década de investigaciones, compiló y publicó el Catálogo sistemático descriptivo de las obras musicales de Isaac Albéniz (2001), cuyas más de quinientas páginas constituyen una referencia indispensable para los estudios albenicianos. Igualmente notables son sus estudios relativos a las relaciones entre la música y la masonería española, así en el plano histórico como en sus conexiones simbólicas.

Más información en el siguiente enlace: https://albeniz.academia.edu/JacintoTorres


 


Biografía de Isaac Albéniz


          Isaac Manuel Francisco Albéniz y Pascual nació en Camprodón, Gerona, el 29 de mayo de 1860, hijo de Ángel Lucio Albéniz y Gauna y de su primera mujer María de los Dolores Pascual. Tuvo tres hermanas: Blanca, Clementina y Enriqueta.
          Empezó su vida artística como niño prodigio, debutando como concertista de piano a los cuatro años con gran éxito y realizando después varias giras que le llevaron por Europa y América. Comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de Madrid, marcados por estos viajes que constantemente interrumpían sus clases, hasta que se concentró en una seria carrera de estudios musicales en Bélgica. Con una beca que recibió del rey Alfonso XII de España, entró en el Conservatorio de Bruselas en 1876, graduándose en 1879 con un primer premio en piano, que le fue otorgado de forma unánime.
          Albéniz regresó a España para establecerse como un experto virtuoso y también comenzó a componer y a dirigir. Empezó como director de una compañía ambulante de zarzuelas y escribió tres zarzuelas, que no se conservan actualmente. En 1883 se estableció en Barcelona, donde se casó el 23 de junio con Rosa Jordana y Lagarriga, de quién tuvo un hijo: Alfonso y dos hijas: Laura y Enriqueta, y donde recibió algunas lecciones y consejos de Felipe Pedrell. Cada vez más, Albéniz incorporaba sus propias composiciones en sus recitales.
        En 1885 de nuevo se trasladó a Madrid donde sus trabajos fueron publicados por los principales editores musicales de aquella época: Benito Zozaya y Antonio Romero. Antonio Guerra y Alarcón en su opúsculo «Isaac Albéniz: Notas crítico-biográficas de tan eminente pianista» (Madrid, 1886) revela que junto a docenas de trabajos para piano y las tres zarzuelas, Albéniz compuso varias canciones: cuatro romanzas para mezzosoprano en francés, tres romanzas en catalán y el Álbum Bécquer. No existen rastros de las Romanzas, pero si del Álbum Bécquer, lo más probable es que se refiriera a las Rimas de Bécquer, posteriormente publicadas por Zozaya en 1888. También en el mismo año Romero publicó las Seis Baladas. En 1889 se anunció la publicación por parte de Romero de otro grupo de canciones, Seis melodías con texto de Alfred de Musset. Sin embargo, excepto Chanson de Barberine de Albéniz, ninguna otra canción con letra de Musset ha llegado a nuestros días.
          La reputación de Albéniz como pianista y compositor siguió creciendo. En la primavera de 1889 viajó a París, donde apareció en los Conciertos Colonne en una sesión que incluía su Concierto para piano, op. 78. Desde París siguió hasta Inglaterra, donde sus interpretaciones le aportaron un gran éxito. En 1890 se puso en contacto con el empresario Henry Lowenfeld que contrató los servicios de Albéniz como intérprete y compositor. Como resultado, Albéniz se trasladó junto a su familia (su esposa Rosina y sus tres hijos) a Londres y a través de Lowenfeld se introdujo en el mundo del teatro musical. Trabajó en el Teatro Lírico y más tarde en el Teatro Príncipe de Gales. Por petición de Lowenfeld, Albéniz compuso The Magic Opal. Esta comedia lírica en el estilo de Gilbert y Sullivan, estrenada en el Teatro Lírico el 19 de enero de 1893, fue traducida posteriormente al castellano por Eusebio Sierra y presentada en Madrid en 1895 como La Sortija. Este mismo año, su zarzuela San Antonio de la Florida con libreto de Sierra fue también interpretada en Madrid.
          Sus contactos teatrales en Londres llamaron la atención del poeta, dramaturgo aficionado y heredero de una fortuna bancaria de la célebre firma de Coutts and Co, Francis Burdett Money-Coutts, quien en julio de 1894 adquirió el contrato que Albéniz tenía con Lowenfeld. Coutts, cuyo soporte financiero permitió a Albéniz vivir confortablemente el resto de su vida, estaba interesado en escribir libretos. Su colaboración con el compositor produjo Henry Clifford (estrenada en el Teatro del Liceo de Barcelona en 1895), Pepita Jiménez (estrenada en el Teatro Liceo en 1896; Neues Deutsches Theater de Praga en 1897 y La Monnaie de Bruselas en 1905), y Merlin (compuesta entre 1898 y 1902 pero no producida en vida de Albéniz), primera ópera de una trilogía titulada King Arthur (Lancelot quedó incompleta en 1903, y en cuanto a Genevre, no se llegó a intentar). Durante aproximadamente una década, Albéniz dedicó todo su talento y energía a la creación y producción de música para el escenario. Durante este tiempo estuvo trasladándose con asiduidad entre Londres y París.
         En la capital francesa se puso en contacto con Vincent d'Indy, Ernest Chausson, Charles Bordes, y más tarde con Paul Dukas y Gabriel Fauré, formando estrechos lazos con la comunidad musical francesa. Desde 1898 hasta 1900 enseñó piano avanzado en la Schola Cantorum, pero a causa de su pobre salud, en 1900 regresó al cálido clima español. Impulsó un proyecto junto a Enrique Morera para la promoción de trabajos líricos catalanes. Cuando, sin embargo, sus esfuerzos no lograron que se produjeran sus propias composiciones teatrales, regresó a París, donde su música era aceptada, elogiada e interpretada.
          La residencia de Albéniz en París empezó a ser un refugio para artistas españoles, entre los que están Joaquín Turina y Manuel de Falla. Aquí encontraron apoyo y ánimo por su propio esfuerzo. La preocupación de Albéniz con las formas musicales más largas produjo un cambio en su estilo composicional desde lo básicamente ligero, piezas atractivas de su temprana carrera, hacia un arte más complejo. Y aunque no dejó de dar conciertos, sus apariciones disminuyeron cuando empezó a dejarse absorber por la composición y producción de sus trabajos operísticos. De este periodo son las canciones Il en est de l'amour y Deux morceaux de prose de Pierre Loti, Crépuscule y Tristesse, así como esos grupos de poemas de Coutts: Para Nellie (un conjunto de seis canciones); Art thou gone for ever, Elaine, Six Songs, de las cuales solo ¿Will you be mine? y Separated sobreviven, y Two Songs (The Gifts of the Gods y The Caterpillar).
          Como consecuencia de su delicada salud, y fracasados sus grandes proyectos escénicos, Albéniz poco a poco volvió al piano y a su nativo paisaje de inspiración con obras como La Vega (1896-98) presagiando su posterior estilo, que floreció con su obra maestra Iberia (1905-1908). La textura composicional y el lenguaje que define Iberia pueden encontrarse igualmente en las Quatre mélodies (de los poemas de Coutts), el último trabajo vocal y las últimas piezas completas de Albéniz. A causa de una nefritis, Albéniz murió en Cambo-les-Bains, en los Pirineos franceses, el 18 de mayo de 1909. Albéniz moriría antes de que el gobierno francés le entregara la Gran Cruz de La Legión de Honor a petición de otros destacados compositores como Fauré y Debussy.
 
© Redacción de El Compositor Habla, 2017


 
 



Más información sobre el compositor en la web de la Fundación Albéniz

Nuestro agradecimiento al Dr. Jacinto Torres Mulas, Catedrático de Musicología en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid hasta su reciente jubilación y académico numerario de la Real Academia de Doctores de España, presidente de la Sección de Arquitectura y Bellas Artes de esa institución y autor del Catálogo descriptivo sistemático de las obras musicales de Isaac Albéniz​, el trabajo más profundo, amplio y exhaustivo sobre la obra del compositor hasta la fecha.


 

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