Teatro Real. 5 de noviembre. Philippe Jaroussky. Davone Tines. Nora Kimball-Mentzos. Theatre of Voices. Cuarteto Meta4. Heikki Parviainen, percusión. Eija Kankaanranta, kantele. Camila Hoitenga, flautas. Timo Kurkikangas, sonido. David Poissonnier, ingeniero de sonido. Ivor Bolton, director. Peter Sellers, dirección de escena. Julie Mehretu, escenografía. Robby Duiveman, figurines. James F. Ingalls, iluminación. Christophe Lebreton, diseño de sonido. Producción: Teatro Real (Madrid), De Nationale Opera (Ámsterdam), Canadian Opera Company (Toronto), Opera National (París), Finnish National Opera (Helsinki).
Todavía continúa el Teatro Real prestigiándose ante el mundo operístico (y no digamos ante los teatros colegas / competidores españoles) de la herencia adquirida tras la gestión del fenecido Gerard Mortier, quien fuera director artístico del coliseo madrileño entre 2010 y 2013. Fue él quien empujó a la compositora finlandesa Kaija Saariaho (1952) a la escritura lírica con
L'Amour de loin (2000), estrenada en el Festival de Salzburgo. Aquella creación gozaría desde su nacimiento de un insospechado predicamento entre la crítica y el público. Algo que no era de extrañar si entendíamos que la obra, de un abierto posmodernismo estructural, estético y literario, no iba mucho más allá, en lo puramente musical, de lo lejos que ya había ido, en justo tiempo y forma, Claude Debussy con
Pelléas et Mélisande en 1902.
Los 16 años que han transcurrido desde
L'Amour de loin a
Only the sound remains (estrenada en marzo de 2016 en Ámsterdam) han servido a Saariaho para asentarse en una estética que le es propia, la de un relajado modernismo que, sin ser vanguardista ni exploratorio, alcanza en esta creación el ejemplo más destilado e hipnótico de su trayectoria operística. Frente a la densidad discursiva y expresiva de anteriores tentativas líricas (
Adriana Mater,
Émilie), aquí la compositora se ha sentido apelada (seducida diríamos) por la radicalidad conceptual del Teatro Noh japonés.
Sin ánimo alguno de exotismo (más allá del que impone, lógicamente, con su reiterado simbolismo naturalista el libreto de Ezra Pound y Ernest Fenollosa basado en
Tsunemasa y
Hagaromo, dos piezas clásicas niponas), Saariaho descarta el aparato sinfónico en favor de un orgánico reducido. Este funciona de forma refinada e hipnótica, gracias al uso cuasi solista de la flauta (Camila Hoitenga, estrecha colaboradora de la compositora de sus inicios), el kantele, la percusión no afinada y un cuarteto de cuerdas (los músicos de Meta4, cada vez más consagrados) que ata y contrasta con su expresionismo con el hipnótico refinamiento que imponen los otros instrumentos. En forma de coro madrigal, de comentaristas de la acción y de narradores, la presencia de cuatro solistas microfonizados de Theatre of Voices confiere al conjunto un tono de singular hieratismo, de seca, neutra vocalidad, aderezado con cierta gestualidad que no estaría lejos del simbolismo tautológico de la heptalogía
Licht, de Karlheinz Stockhausen.
Only the sound remains se despliega ante el espectador en un ambiente de inquietante calma, exigiendo una considerable concentración. Conforme avanza tomamos consciencia de que el material que entrega el ensemble y el canto que nos llega es, por sí mismo, mucho más ambicioso e intenso que las historias que se nos narran. O eso o que la conexión con el mundo oriental la trae de casa el espectador o no la trae. En todo caso, sí que advertimos que el primer relato, Always Strong, de un guerrero y virtuoso músico que regresa de la muerte como un fantasma para comprobar que ya no es capaz de tañir el laúd con el sonido irresistible que lograba en vida, se desarrolla de una forma dramáticamente más convincente. En lo instrumental, ciertos pasajes lograban desestabilizar el tono quedo general de una música que tiende a musitar más a que imponerse, casi como si se quisiera acariciar una suerte de sonido lejano (
Das ferne Klang). La electrónica, sutil pero incontestablemente presente, prolongó ecos y creó ejemplarmente espacios sonoros que quintaesenciaban el tono de ensoñación, de irrealidad. En algunos instantes más crispados rememoramos una de las creaciones mayores de Saariaho, la obra
Verblendungen (1982/84).
Tanto Philippe Jaroussky como Davone Tines se entregaron al juego de sombras chinescas y a la libérrima evocación que la finlandesa ha hecho de este universo japonés en el que poesía y erotismo se confunden con un elevadísimo grado de estilización. Por su canto también diríamos que
Only the sound remains no está lejos (en espíritu) de la primera ópera italiana. Y, frente a quienes expresan sus dudas, nosotros sí defenderemos que estamos ante una genuina creación operística que mira más al pasado que al presente pero que, felizmente, consigue un equilibrio muy pulcro. La amplificación embelleció aún más un ambiente que persigue ser irreal antes que terrenal y no jugó en modo alguno a confundir ni a limitar el canto. Un canto contenido, diáfano, convincente; desde luego postimpresionista (otra vez,
L'Amour de Loin, Saariaho en fin), que Jaroussky desgranó con afilada precisión, mientras que Tines (enorme actor) acometió contrastando con aquel, desde luego con una expresividad muy afín al estilo de la obra, y no lejos del postminimalismo de un John Adams.
En el segundo relato,
Feather Mantle, un pescador encuentra una capa de plumas propiedad de un ángel que se la reclama para así poder volver al cielo. La premisa parece servir para ahondar en un sentido general de mayor misticismo. Puede que el díptico, en el tramo final, empiece a dar signos de agotamiento. Y la presencia de una bailarina, Nora Kimball-Mentzos, solo se justifica en un excesivo subrayado de belleza clásica. Tampoco es que la escueta dirección escénica de Peter Sellers (un par de telones, un vestuario humilde, el espacio escénico vacío) ayude o contraríe a la obra. Una presentación en concierto podría funcionar igual o mejor. La mejor baza en este sentido correría a cargo de la muy literaria iluminación de James Ingalls. El saludo final de todo el equipo a la vez (incluyendo a los músicos) mostró el sentido de puesta en común y peso repartido. Por cierto, Ernest Martínez Izquierdo, concertó con ejemplaridad haciéndose cargo de una obra a la que reconocemos un interés notable más allá de su discutible pertinencia estética.