Teatro Real (Madrid). 22-02-2022.
El abrecartas, Luis de Pablo. Airam Hernández (Federico García Lorca), Borja Quiza (Vicente Aleixandre), José Antonio López (Miguel Hernández), José Manuel Montero (Rafael), Mikeldi Atxalandabaso (Alfonso), Jorge Rodríguez-Norton (Andrés Acero), Vicenç Esteve (Ramiro Fonseca), Ana Ibarra (Salvador/Setefilla), Gabriel Díaz (Comisario), David Sánchez (Eugenio D’Ors), Laura Vila (Sombra), Magdalena Aizpurúa (Manuela). Pequeños cantores de la JORCAM. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Fabián Panisello. Dirección de escena: Xavier Albertí.
Una obra sobre la memoria y sobre la identidad. Lo afirmaba hace unos días, a propósito de la ópera póstuma de Luis de Pablo,
El abrecartas, su director escénico, Xavier Albertí. Un trabajo basado en un texto escasamente dramatúrgico, más declarativo y didáctico en cambio, como es el libro homónimo de Vicente Molina Foix. Nada de esto hace de la obra resultante una creación más o menos lírica o, de otro modo, no habríamos entendido nada del discurso de la modernidad. ¿Hay acción en
Einstein on the beach, de Philip Glass; acaso existe algo semejante a un desarrollo escolástico de la trama en las acciones escénicas de Luigi Nono?, ¿qué avatares se nos narra en
La cerillera, de Helmut Lachenmann; cuál es la conjuración de
San Francisco de Asís, de Olivier Messiaen? Todas las citadas, entre las más sobresalientes aportaciones al teatro musical en el siglo XX.
¿Qué achacamos entonces a Luis de Pablo? Su
Abrecartas es una ópera que interpela a nuestra memoria colectiva y que, a la luz de su recepción (en la función del pasado 22 de febrero), parece harto necesaria pese a que muchos creíamos que lo que se nos cuenta ya está más que aprehendido. No es así. De Pablo vino a refrescar la obviedad de que en España hubo una guerra aniquiladora de tantas cosas y que pretendió, en vano, arrasar también la cultura. Hablar de todo ello y, también, de patéticos y acomplejados comisarios y de la homosexualidad del asesinado García Lorca es sorprendentemente visto a estas alturas como un acto político (!) Valga solo por esa inesperada provocación el sentido de un texto, en tantos pasajes, tan absolutamente
naïve y obvio que, erróneamente, pensamos que solo suscitaría adhesión e indiferencia por la incontestable realidad que enfatiza.
El abrecartas es, desde esa óptica, un apreciable trabajo de teatro y compromiso, algo que lleva años más que asumido en el ámbito de la palabra hablada pero que pasma y despeina cuando la palabra es cantada. Otro reproche, igual de poco enjundioso, es la crítica a la vocalidad depabliana. Si asumimos como obra fundacional y soberbiamente vigente
Pierrot Lunaire, de Schönberg, concluiremos como, de esa línea, han surgido muchas derivadas en las que se continúa indagando. Una de ellas es la escritura silábica y fuertemente acentuada del compositor vasco. Compartiendo con él la apreciación de la inexistencia de una historia operística española con entidad suficiente, hemos de mirar las costuras de la zarzuela para intentar hacer algo con esa herencia, armar una improbable tradición propia. De Pablo procedió así en sus seis óperas; el texto llega al oyente con total claridad, sin deformaciones, y el declamado, en ciertos pasajes de la obra que nos ocupa llega cargado de una musicalidad apabullante; escenas primera y segunda; desde luego también en el tierno y sobrecogedor dúo conclusivo de la escena sexta. Pueden preferirse acercamientos a la palabra más audaces (Sánchez-Verdú, Czernowin, Sciarrino), expresionistas (Halffter, Penderecki, Rihm), melódicos (Lorca, Glass, Adams) o incluso directamente regresivos, belcantistas (Benjamin, Heggie), pero la opción de Luis de Pablo es perfectamente válida y se explica sin más diatriba en el contexto de sus propias pretensiones.
Es, en fin, la del
Abrecartas, una música que representa y permanecerá como la quintaesencia del último período compositivo depabliano, ese al que el musicólogo José Luis Tellez se ha referido como etapa rosa. En el foso, la Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigida por Fabián Panisello, exprimió una partitura que, en lo instrumental, asume sin complejos su carácter de sutil acompañamiento; desde luego por el uso camerístico que hace de ella, también por un finísimo atonalismo de admirable oficio; con instantes de enorme maestría en el uso exótico del
steel drum (tambores metálicos que remiten al De Pablo interesado por culturas musicales exógenas), el empleo masivo de las sordinas en la amplia sección de metales y la aparición de pequeñas frases de carácter repetitivo. Lejos quedó el palpitante radicalismo de páginas como
Iniciativas,
Polar o
Elephants ivres;
El abrecartas representa a un De Pablo que no duda en tejer un minúsculo pasodoble que se incardina hermosamente en el tejido orquestal y al que no le tiembla el pulso al finalizar su ópera con un dúo en el que los violonchelos cantan tanto o más que las voces de Setefilla y Alfonso quienes, en la conclusión, entonan
a capella los versos de
La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre.
Puede que a la ópera le falle la ambición y vaya sobrada de austeridad; es posible que su mayor problema sea un libreto endeble; pero es también toda ella una creación muy de síntesis, de asumida despedida, cincelada por alguien que había emprendido ya para entonces demasiadas aventuras estéticas. En todo caso pensamos que, de haber llegado a estas funciones, Luis de Pablo habría estado inmensamente feliz de ver lo bien que ha defendido la obra todo el equipo congregado. Tal vez hasta mereció la pena la injusta espera. El trabajo escénico de Xavier Albertí ubica a los personajes en un lugar indeterminado pero que, indefectiblemente, remite al pasado mediante luces neutras y apartados de correos que envuelven a los personajes, que generan pasillos y otras estancias, son usados como lienzos sobre los que proyectar textos y hasta hacen las veces de morgue. Albertí evita felizmente cualquier tentación pintoresquista, lo que no le impide subrayar, a veces hasta demasiado, ciertas obviedades del texto en música.
Panisello, en el foso, y pese a la diseminación de metales y percusiones para aliviar la concentración de músicos, consiguió compactar todo este entramado y mantuvo la perspectiva de la obra intacta, logrando que esta nos llegase en toda su coherencia y aparente desnudez. A ello se aprestaron también los cantantes implicados, ninguno con especial protagonismo, en un trabajo coral en el que destacaron Airam Hernández (García Lorca), Borja Quiza (Vicente Aleixandre) y José Manuel Montero (Rafael). La pregunta ahora es, ¿cuánto hemos de esperar para que un teatro español vuelva a rescatar algunos de los seis títulos que nos ha legado Luis de Pablo?
Ismael G. Cabral
Febrero 2022