La solidez de las trayectorias del
Cuarteto Gerhard y del compositor Ramon Humet están fuera de cualquier duda. El pasado jueves 28 de enero llevaron a cabo una intervención maratoniana en el Palau de la Música, con dos obras de referencia del repertorio clásico (el
KV 464 Mozart y el
tercer cuarteto Razumovski de Beethoven, Op. 59) flanqueando el esperado estreno de
I fa l'aire visible (
«Y vuelve el aire visible»), el segundo cuarteto de cuerda de Humet.
El rigor en la interpretación, pulcra, efectiva, resolutiva y valiente en los dos clásicos, se transformó en la revelación poética y luminosa de un trabajo realizado con esmero y en plena sintonía con el compositor en el caso del estreno, que podrá escucharse en breve en
Segovia y en el
Auditorio Nacional de Madrid.
La música de Humet es garantía de un reto a la escucha: el juego con las múltiples maneras de suspender el discurso y el paso del tiempo, la dilución de los contornos de la direccionalidad y una fascinante arborescencia tímbrica, indisociable de un personalísimo universo armónico, son elementos definitorios de su obra.
El cuarteto parte del fenómeno expresado por el verso que da título a la obra: la intensidad lumínica de la luna llena en plena noche, capaz de transformar el aire en algo visible, corpóreo a la vez que silencioso. Esta doble condición de la materia es lo que articula los diez movimientos que, sin solución de continuidad, conforman la obra en torno a tres elementos repartidos simétricamente: Aire, Silencio y Luna y estrellas.
Las coordenadas de percepción que instauran los elementos
Aire y Silencio son de una sutilidad y precisión máximas. Ante tal juego de sombras y umbrales, resulta imposible no visualizar y sentir a la vez el tacto del trazo frágil de un pincel sobre papeles de distinto gramaje y rugosidad, como un inventario de texturas de papel sacado de una biblioteca ciega e imaginaria. La aparición de los cuerpos celestes, sobre un horizonte de mar de silencio, transmuta la suspensión silenciosa en suspensión sonora y luminosa, presente, como las partículas luminosas suspendidas que pueblan los encuadres en contraluz.
La organicidad suspendida tiene en el tratamiento de la entonación justa su llave maestra: la serie armónica proporciona un sostén único para una sonoridad cristalina y frágil. Las voces centrales del conjunto (el segundo violín y la viola) deben realizar una scordatura microtonal para favorecer la generación de armónicos naturales con la máxima naturalidad posible.
Dedicatario del estreno, el
Cuarteto Gerhard desgranó minuciosamente todos los registros y matices de la luz hecha trazo sonoro. La partitura requiere una interpretación a oscuras, con la única presencia lumínica de las luces de atril para garantizar un recogimiento pleno y atento, una escucha atenta que sin duda fue seguida por el fiel y numeroso público que, pese a las restricciones de aforo, colmó la sala y aplaudió profusamente el estreno.
Quizás la experiencia de escucha en un espacio visual y acústico más adecuado habría permitido un mayor goce de los detalles y de la suspensión resonante de los trazos en vilo, permitiendo también cierto respiro a los intérpretes. La sala Petit Palau es, acústicamente, muy expuesta y directa, y para el repertorio de la velada y el tipo de formación, quizás demasiado seca. Deseamos, sin duda, el mayor éxito en las próximas interpretaciones y la materialización de una merecida edición en disco.