ISSN 2605-2318

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Reportaje sobre el 45 Festival Ensems. Parte 1: De la tutorización al magisterio.


03/10/2023

Nuestro colaborador Paco Yáñez ha estado a pie de obra en la 45 edición del Festival valenciano. A lo largo de cuatro entregas va a hacer un repaso personal y detallado de todo lo que ha tenido lugar. Vamos con la primera entrega.


Parte 1: De la tutorización al magisterio.
Paco Yáñez
 
Valencia, 21 de septiembre de 2023. Palau de les Arts. Tomoko Hemmi y Yukiko Sugawara, piano. SWR Vokalensemble. Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana. Marcus Creed, Edgar López y Miquel Massana, directores. Sergi Puig Serna: die Isolation. Esther Pérez Soriano: Colors. Demian Rudel Rey: Mugre. Carlos Bermejo Martín: Früh kommt die Nacht. Stephan Storck: Monoduo. David Moliner: Hypotyposis saturniennes. Alberto Posadas: Ubi sunt.



 
Un año más, y alcanzando en 2023 una cuadragésimo quinta edición que lo refrenda como el decano de los ciclos de música contemporánea en España, el Festival Ensems nos ofreció en Valencia una completísima programación que, diseñada por su director artístico, Voro Garcia, ha comprendido desde las tendencias más experimentales de nuestro tiempo a programas inclusivos o a una nueva apuesta por la educación no sólo como proceso de incorporación a la música de hoy de jóvenes oyentes, sino dando cabida a algo tan necesario como los talleres de composición.
 
De este modo, del 15 al 24 de septiembre Ensems se ha convertido en un vivero de nuevas creaciones musicales, con un importante número de estrenos entre los que se han incluido esas partituras resultado de un proceso de formación en el que compositores de prestigio internacional han tutorizado la escritura de estas nuevas piezas.
 
 
Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana
 
Tal fue el caso del concierto ofrecido el pasado 21 de septiembre en el Teatre Martín i Soler del Palau de les Arts por la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana bajo la dirección de Edgar López y Miquel Massana. En programa, tres composiciones resultado del trabajo de sus creadores con el compositor catalán Hèctor Parra, que ha suministrado consejos y guiado la definición final de estas tres partituras, seleccionadas por medio de una convocatoria pública y cuya interpretación en Ensems fue calificada por Parra como fruto de la buena actitud e ilusión de la orquesta levantina.
 
La primera de las tres obras escuchadas fue die Isolation (2020-23), partitura del compositor badalonés asentado en Graz Sergi Puig Serna. Estamos ante una pieza comenzada durante el confinamiento del año 2020, situación que marca el ambiente de esta reflexión sobre el aislamiento y la respiración estática, ahogada, que muchos sufrieron entonces, ante la tensa expectación por no saber hacia dónde evolucionaría dicho encierro y las consecuencias de los estragos coronavíricos. Así, el largo proceso de gestación de die Isolation la ha convertido en una suerte de work in progress repleto de pequeños motivos que hacen proliferar un campo cromático muy diversificado en la orquesta, apostando por la exploración del timbre y por sus vínculos con lo que Puig define como una tragedia interna.
 
Partiendo de tales planteamientos, die Isolation deja entrever soterrados ecos sciarrinianos, por cómo Sergi Puig (al igual que el compositor de Palermo) convierte a la orquesta en todo un proceso fisiológico, con unos instrumentos que respiran, exhalando un aire que, por medio del timbre, va transformando y variando los colores, a través de un uso extensivo del trémolo. Ello no es óbice para que el compositor catalán deje algunas pinceladas de humor en este sombrío paisaje confinado; especialmente, en las maderas, con ecos reformulados de las fanfarrias.
 
En todo caso, estamos ante una obra mayormente circunspecta, con numerosos ecos de una tradición centroeuropea que Puig Serna conoce de primera mano por sus estudios en Austria, lo que le sirve para cohesionar el entramado orquestal, con ondas y oscilaciones que, como remedo y pulso de esa concepción orgánico-instrumental, van recorriendo los atriles de la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana, sumando el acerado vibrato de las cuerdas al flatterzunge de los vientos, reforzando esa respiración tensa y entrecortada. Con tal voluntad de análisis obsesivo del yo en un proceso de desestabilización anímica, psicosomática, como lo fue (y está siendo) el de la pandemia, Puig emplaza todo un microscopio musical sobre la orquesta para desarrollar un trabajo de miniaturismo, desvelando cómo sobre el continuo más compacto del tejido de la cuerda en armónicos van eclosionando vientos y metales, reformulando la armonía y aportando gritos ahogados de mayor tensión.
 
Los 12 minutos que en Valencia duró la interpretación de die Isolation concluyeron con un último gesto que incide en ese anhelo por romper la horizontalidad, la monotonía y el ahogo de las cuerdas como expresión de la asfixia existencial producida por el confinamiento. Gesto efímero y condenado a no trascender —por las circunstancias que marcan los aspectos conceptuales aquí manejados—, del mismo sólo restará el eco y su progresivo ahogo en un silencio que absorbe al conjunto de la orquesta como final de la obra.
 
Por su parte, la compositora murciana Esther Pérez Soriano nos presentó Colors (2023), una partitura más heterogénea que die Isolation, marcada por el continuo diálogo de la luz y las masas sonoras. Estamos ante un ejercicio de estallidos orquestales y progresivas resonancias, en las que Pérez Soriano lleva a cabo un nuevo estudio del color orquestal, con un peso muy importante de la elongación de las texturas cromáticas, esfumadas por medio de glissandi y un uso de las sordinas que, como la partitura de Sergi Puig, no está exento de humor.
 
Por tanto, en esa incansable transformación de las resonancias se encuentra el meollo de Colors, con un sinfín de gradaciones y matices tímbricos, mucho más prolijos que los escuchados en die Isolation: partitura un tanto constreñida por el peso de lo conceptual. Color, luz y reflejos, como materia musical, son manejados por Esther Pérez apostando por las transformaciones de dichas momentaneidades de la sustancia lumínica, hibridando armonía y ruido para perfilar sus texturas y sus brillos, lo más organizado o rugoso de dicha materia acústica. En ese proceso de integración de estilos y referencias, Colors acumula y sintetiza ecos que van de la vanguardia europea a la música popular, pasando por el jazz, en la percusión.
 
Este caleidoscopio de lenguajes no responde tanto a una voluntad de poliestilismo como al momento evolutivo en que se encuentra una joven compositora que está buscando un lenguaje propio, en el que se dejan escuchar influencias que van de Gérard Grisey a su maestro Voro Garcia. Esa escucha atenta le ha permitido a Esther Pérez mostrar un buen dominio de los materiales, caracterizado por la transparencia orquestal de unas masas sonoras tan marcadas por la diversidad de sus referentes en técnicas y estilos. Para hacerlo posible con tan intrincados materiales, Colors trabaja la orquesta como una entidad camerística, reforzando el protagonismo de cada atril; especialmente, en las fases de dispersión, reflejo y transmutación de la luz: los pasajes más bellos de la partitura. Mientras, en las explosiones propiamente dichas Colors se escora hacia los lugares comunes, por el uso de la percusión y el manejo de los acentos, algo esquemáticos; aunque, en conjunto, estamos ante una partitura que aprovecha con solvencia sus tan sólo 8 minutos de duración, lanzando a la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana todo un reto por lo poco frecuente de estos lenguajes sobre los atriles de nuestras formaciones juveniles. Lo escuchado en Ensems demuestra (una vez más, y van ya muchas) que estas orquestas no sólo están generalmente capacitadas, sino que, con un buen trabajo de dirección (como ha sido el caso) los resultados son muy satisfactorios.
 
Cerró el concierto el compositor argentino residente en Lyon Demian Rudel Rey, con Mugre (2023), una partitura que vuelve a apostar por el color orquestal, con un mayor énfasis en el gesto y en la conducción de las energías. De hecho, de las energías desbordadas en los acordes más acerados y viriles del tango es de dónde Rudel Rey deriva la propia etimología de «mugre» (en un sentido bonaerense), llevando esa búsqueda de la intensidad a la orquesta y sumando otra acepción —ya más extendida en el conjunto del castellano— como lo es la referida a la suciedad, pues no escatima Demien Rudel sonoridades ruidistas y rugosidades en el aparato instrumental.
 
En conjunto, Mugre me ha parecido la partitura más sólida, personal y completa de las escuchadas a la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana; una pieza que incide en un uso más heterogéneo y arquitectónico de la orquesta, destacando en ella el peso que concede a sus tres percusionistas, ya no sólo por la proliferación de compases en los que éstos toman el protagonismo, sino por la importancia de sus materiales y de su interacción/transformación en una orquesta que no deja de responder a los gestos sonoros que desde la percusión se le lanzan.
 
El tratamiento de la orquesta y la trasmutación de esos gestos no es lineal ni unívoco, comprendiendo desde ruido a notas puras, con instrumentos de mayor concreción y vinculación con la armonía, como la tuba, mientras que viento-madera y cuerdas transitan paisajes más ruidistas y libres de referencias tradicionales (si compositores como los saturacionistas Franck Bedrossian y Yann Robin —ambos, maestros de Demian Rudel Rey— no son ya pura tradición). El hecho de que a Bedrossian y a Robin se les sumen, en la formación de Demian Rudel, nombres como José Manuel López López o Philippe Hurel, explica esa tan interesante y bien aquilatada hibridación de armonía, espectralismo y ruido (un auténtico «total sonoro», como diría Makis Solomos) que nos encontramos en Mugre, dando sustancia y valor a la partitura como objeto artístico.
 
A mayores, el emplazamiento de Mugre como última obra del programa me ha parecido un acierto, ya no sólo por su mayor calidad, sino porque en ella reverberan procedimientos escuchados en las dos piezas precedentes, lo que compacta estilísticamente el concierto y nos muestra aspectos compartidos por esta generación de compositores. Así, con die Isolation dialoga Mugre por medio de su tensión mantenida (más ahogada y existencial, en Sergi Puig; más libre y espontánea, en Rudel Rey); mientras que con Colors comparte prodigalidad tímbrico-textural, si bien en Mugre con un perfil más maduro. También con la partitura de Esther Pérez comparte Mugre una concepción camerística de la orquesta, reforzada por el divisi, lo que permite al compositor bonaerense que hasta los pasajes más masivos resulten heteróclitos y transparentes, rehuyendo lo más esquemático que, puntualmente, se asomaba a Colors.
 
Hay en Mugre, asimismo, una mayor complejidad métrica, lo que enriquece sustancialmente la obra, aliando ritmo y timbre(s) en capas de sonido(s) que alcanzan momentos de órdago por esa profusión de energías (a la que el título se refiere) y diversidad. Los contrastes entre el ruido y los armónicos de las cuerdas inciden en la heterogeneidad de estilos y lenguajes con los que Demian Rudel Rey apuntala los 9 minutos y 50 segundos por medio de los cuales, en una sorpresiva evolución de los últimos compases de Mugre, la orquesta alcanza la quietud y el silencio, congelándose toda su integración armónico-ruidista previa en la masa lumínica final de unos contrabajos que, cual el Aleph borgiano, condensan la materia, sintetizando todo un mundo previo.
 


SWR Vokalensemble
 
El segundo concierto del jueves 21 de septiembre en el Palau de les Arts nos condujo a otra de sus estupendas salas, el Aula Magistral, en lo que ha sido toda una exploración de las diferentes arquitecturas y acústicas del emblemático edificio de Santiago Calatrava durante el Festival Ensems. Allí, pudimos disfrutar de uno de los mejores coros europeos de música contemporánea, el SWR Vokalensemble, que llegó a Valencia con Marcus Creed al frente (sustituyendo, a última hora, a su actual titular, Yuval Weinberg), director de larga y fructífera trayectoria en la música de las últimas décadas, incluyendo diecisiete años al frente del SWR Vokalensemble. Juntos, abordaron un programa realmente dispar, teniendo que esperar hasta las dos últimas partituras del concierto para que éste nos mostrase su mejor cara.
 
Arrancó el mismo con el estreno de Früh kommt die Nacht (2018-19), obra para dieciséis voces y piano a cuatro manos de Carlos Bermejo Martín en la que se tiende un diálogo con Im Herbst, quinto de los Fünf Gesänge opus 104 (1888) de Johannes Brahms. Del original brahmsiano parece llegar a Früh kommt die Nacht su tono sombrío, densidad y laconismo, en una partitura que impone al coro un arduo proceso de afinación, con reminiscencias de las páginas corales de Luigi Nono.
 
Ello no es casual, pues Bermejo fue alumno de Helmut Lachenmann (a su vez, discípulo de Nono), por lo que los rizomas del estilo se compactan y trascienden, aunque las filiaciones con el lenguaje lachenmanniano se nos antojen remotas, en cuanto a técnica. Sí hay, por parte de Bermejo, la voluntad de estudio y el respeto por la historia que siempre han mostrado los genios de Venecia y Stuttgart; aquí, al desarrollar Früh kommt die Nacht todo un proceso de interpelación al original brahmsiano. Menos directa nos podría parecer dicha relación en el trabajo del piano, atacado a cuatro manos por dos de las pianistas de cabecera de Helmut Lachenmann: Tomoko Hemmi y Yukiko Sugawara. El pianismo de ambas lejos queda de los grandes gestos y del amplio aliento del piano de brahmsiano, convirtiéndose sus frases en una verdadera filigrana, concisa y repleta de pequeños destellos. Esa búsqueda de los detalles preside, asimismo, los modos de filtrado que, cual si se tratase de un gran «muro de niebla» —nos dicen las notas al programa—, marca el desarrollo de Früh kommt die Nacht, con su delicadeza e intrincada polifonía, aunque algo escasa en aliento expresivo y explotación de las muchas posibilidades de un coro como el de la SWR.
 
El segundo estreno de este concierto vino de la mano del compositor alemán Stephan Storck, de quien escuchamos su partitura para piano a cuatro manos Monoduo (2022). De ésta, podríamos decir —parafraseando libremente a Shakespeare— que presenta muchos ritmos y pocas nueces, pues la sustancia artística de la misma ha dejado que desear, dando la impresión de una pieza informe e inconsistente. Dentro de un aparato musical caracterizado por su hiperactividad y acúmulo de capas métricas, se dejan entrever rastros de la tradición, breves regueros que nos remiten a melodías del pasado, aunque no se lleguen a consolidar con la suficiente firmeza como para resultar reconocibles. Esa tensión entre el peso de la tradición y la búsqueda de nuevas formas es uno de los pocos aspectos interesantes de una partitura que navega a caballo de ambos mundos, sin encontrar puerto.
 
Con Hypotyposis saturniennes (2023), obra para seis solistas y coro mixto del compositor conquense David Moliner sí arribamos, por fin, a un paisaje musical realmente actual y satisfactorio, en el que expresividad, invención tímbrica y rigor técnico se dan la mano, como no podía ser menos en quien fue alumno de Pascal Dusapin y Jörg Widmann.
 
La alusión al paisaje en Hypotyposis saturniennes no es, ni mucho menos, baladí, pues la naturaleza es una de las protagonistas de una partitura basada en un texto de Rimbaud muy libremente trabajado por Moliner, haciendo de los versos, ya fonemas aislados, ya constructos melódicos de nuevo cuño, en toda una exploración de su sustancia musical, regulada mediante vibraciones, articulaciones y dinámicas de lo más variado. A lo más puramente textual, construido desde la dicción poética, se suman técnicas extendidas, con silbidos, proyección de aire y un tratamiento del coro hibridando dichos efectos y el recitado que lo convierte en toda una sociedad plural.
 
La presencia de la naturaleza se refuerza desde los instrumentos, al utilizar algunas cantantes silbatos y reclamos que incrementan las referencias aviares que se entretejen en la partitura: sonoridades que el coro imita, varía y multiplica, creando efectos impactantes. Además de lo poético y de la propia naturaleza, el humor también se asoma a Hypotyposis saturniennes, con dejes paródicos e histriónicos que nos recordarán al Ligeti tardío de los Nonsense Madrigals (1988-93), tanto por el sarcasmo que dicho ciclo presenta, como por la brillantez y heterogeneidad de sus técnicas vocales. Sumando, por tanto, la impronta del genio húngaro a los rizomas que, por medio de Dusapin y Widmann (incluidos ecos lachenmannianos), llegan a David Moliner, Hypotyposis saturniennes se convierte, en global, en todo un sumatorio de muchas de las mejores escuelas, estilos y técnicas vocales de las últimas décadas, siendo obligado destacar, igualmente, su trabajo de la topografía coral, por cómo las voces de solistas y coro dialogan entre sí y construyen la estructura de la partitura, tan unitaria en personalidad como prolija en destellos. El excelente trabajo de Marcus Creed y el SWR Vokalensemble en este estreno mundial no ha hecho más elevar muchos enteros nuestro disfrute y correcta percepción de la pieza.
 
Pero si de disfrute y peso musical hablamos, sin duda la partitura que cerró este concierto fue la que más alto nos ha llevado. Hablamos de Ubi sunt (2022), página para veinticuatro voces a cappella en doble coro estrenada en su día en Viena por los mismos intérpretes que hoy nos ofrecían el estreno español de la misma, el SWR Vokalensemble y Marcus Creed.
 
Estamos, como tan habitual es en Alberto Posadas, ante una profunda reflexión sobre la historia de la música; en este caso, de un género, el coral a cappella, que lejos está de haber sido el que más haya trabajado el compositor pucelano, pero en el cual, como en el instrumental, se deja sentir su maestría, refinamiento y excelencia. No abunda tanto en técnicas extendidas Ubi sunt como lo hacía Hypotyposis saturniennes, aunque aparezcan textos y fonemas articulados desde el parlato al susurro, pasando por los extremos del grito y la emisión con boca cerrada, para así crear ahogadas y mistéricas resonancias.
 
El que éstas proliferen en Ubi sunt no es de extrañar, dada la presencia más o menos explícita de la historia en esta partitura, ya más evidente, en la dicción inteligible, ya más desdibujada, en las capas de este palimpsesto musical que han sido casi borradas por el tiempo, y cuya audición dificulta Posadas con dichas técnicas vocales. La prolijidad de dicho palimpsesto viene dada, en buena medida, por una exquisita selección de textos que son, en sí mismos, pura música, lo que facilita a Posadas el tratamiento melódico y armónico de los mismos, bien de forma independiente, en las distintas voces del SWR Vokalensemble, bien en los abigarrados tejidos contrapuntísticos que va tejiendo a lo largo de los 24 minutos que aproximadamente dura la obra, para así hacer resplandecer dicha historia en distintos grados de presencia, idiomas y atriles del coro alemán.
 
Y es que Ubi sunt reflexiona no sólo sobre la historia, la desaparición y la muerte, sino sobre el espacio geográfico-cultural; de ahí, que en el texto de la obra nos encontremos retórica medieval, literatura grecolatina, fragmentos y paráfrasis de Novalis, del Maestro Eckhart, de Stefan George y de la Biblia, así como inscripciones halladas en la iglesia romana de Santa Maria della Conzecione dei Cappuccini y versos del propio Posadas.
 
Este diálogo con la historia no sólo comprende lo textual, sino la presencia de la misma a través de afloramientos y redes que nos vuelven a remitir a Ligeti, si bien en el caso de Alberto Posadas se trataría del micropolifónico, por lo intrincado de unos constructos corales que, antitéticamente, se despojan de forma periódica en la partitura en unos juegos de dispersión del texto entre diferentes atriles que son de un magisterio incuestionable por cómo Posadas trabaja la proliferación coral, así como las oleadas de reguladores dinámicos, la vivacidad que imponen los muchos tresillos y los juegos de velocidades; aunque, en una buena parte de su desarrollo, estamos ante una partitura de tempo lento, en el que se condensan las voces en una armonía muy cerrada y compacta.
 
Excelente fin de concierto, por tanto, en el que finalmente (y como lo había hecho en Hypotyposis saturniennes), el SWR Vokalensemble brilló en todo su esplendor por medio de la música de quien es —y no nos cansaremos de repetirlo— uno de los mejores compositores europeos de nuestro tiempo, Alberto Posadas, presente él mismo en el Palau de les Arts, como también lo estaban Carlos Bermejo y David Moliner: uno de los lujos de un festival, Ensems, que desde sus comienzos ha buscado esa cercanía del público valenciano con las grandes figuras de la composición de las últimas cinco décadas.

Las fotografías son de Festival Ensems - Contraventifusta.

 
© Paco Yáñez, octubre de 2023

 

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