ISSN 2605-2318

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«Un violín flotando en la Vía Lactea»


24/08/2020

Una crítica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla.

 


FLOCK

KARIN HELLQVIST, violín

Carola Bauckholt: Doppelbelichtung (2016)
Jan Martin Smørdal: Flock foam fume (2016)
Henrik Strindberg: Femte strängen (2009)
Malin Bång: ...när korpen vitnar (2003)
Natasha Barrett: Sagittarius A (2017)
LAWO LWC1179
 
 
No es desproporcionado afirmar que la violinista sueca Karin Hellqvist (1983) es una de las solistas más interesantes de su generación. Aunque su carrera concertística y discográfica dista a estas alturas de precisar de una carta de presentación (pues son variados los registros fonográficos en los que con anterioridad podemos escucharla) este Flock que ahora presenta el sello noruego Lawo puede verse como una actualización de sus credenciales. Credenciales que, por si quedaran dudas a la luz de su quehacer musical, quedan muy asidas al repertorio contemporáneo más indagativo por mor de los compositores en él seleccionados. Partituras que dan una idea de las estéticas inestables en las que Hellqvist se siente cómoda y en las que, ya anticipamos, existe siempre una cierta idea de afabilidad (...de musicalidad) frente a la más estricta circunspección de la mayoría de los creadores centroeuropeos. No en vano sólo Carola Bauckholt pertenece a la órbita germana, si bien sus fuentes habremos de encontrarlas antes en Mauricio Kagel y John Cage que en las, por otra parte, vigentísimas experiencias darmstadtianas. Frente a un trío de compositores escandinavos (Smørdal, Strindberg, Bång) el álbum se cierra con una pieza de Natasha Barrett, inglesa sí, pero residente en Noruega.




Toda una declaración de intenciones que Hellqvist inaugure su primer disco a solo con Doppelbelichtung de Carola Bauckholt (1959). Recorrida por pequeñas figuraciones en el violín que imitan cantos de pájaros estas juegan a confundirse con grabaciones electrónicas que son reiteradamente imitadas por la violinista. La disposición (ideal) de la escucha en concierto -con altavoces suspendidos del techo y algunos colocados bajo los asientos- inciden en esa búsqueda constante de la sorpresa de la compositora alemana. Sonidos percutidos y minimalistas van urdiendo una audición decididamente naïf que parecen hibridar en una conjunción imposible a Messiaen con la música folk. A la postre, y tras reiteradas exposiciones a esta música, uno se pregunta si esta burlona partitura no se convertirá, con los años, en un pequeño clásico del siglo XXI.
 



Con Flock foam fume, de Jan Martin Smørdal (1978), Hellqvist presenta sus credenciales como virtuosa/especuladora del violín. La obra se gusta en el uso de ásperos glissandos que buscan una cierta mimetización con los sonidos pregrabados previamente por la misma solista. Es una composición de texturas en la que el componente discursivo y/o dramático está ausente; lo contrario de lo que sucederá en la página más convencional del programa, Femte strängen, de Henrik Strindberg (1954). Esa Quinta cuerda a la que alude el título ya nos pone en la pista de una partitura para violín solo que fractura un tanto el clima de experimentación de todo el álbum (se piensa en Fratres, de Arvo Pärt). Desde luego que la violinista tiene aquí que esforzarse por desentrañar los pequeños y constantes arpegios y el manejo de un material, tonal casi siempre, que suena añejo pero que no es impedimento para que disfrutemos con el hipnótico zigzagueo del arco sobre las cuerdas.
 
Hace algún tiempo conversamos en El Compositor Habla con Malin Bång (1974) a propósito del estreno en el Festival de Donaueschingen, en su edición de 2018, de la obra orquestal splinters of ebullient rebellion, que acabaría alzándose con el premio del certamen aquel año. Hablamos entonces de su gusto por la amplificación de los instrumentos y por la, valga la redundancia, extensión de las ya extendidas técnicas instrumentales de Helmut Lachenmann. Pues bien casi nada de eso se aplica a la obra que aquí graba Karin Hellqvist, ...när korpen vitnar. Bång esculpe este solo para violín mediante armónicos rebosantes, una colección de inveterados ataques, adornos más o menos convencionales y trémolos inquietantes, casi cinematográficos. Que la pieza tome su título (...cuando el cuervo se vuelve blanco) de una balada medieval sueca parece permitir a Hellqvist ciertas sonoridades arcaizantes y, en algunos instantes, creeremos estar oyendo un violín barroco. Aunque más escolástica que otras muchas de las creaciones de Bång sigue presente aquí ese gusto, tan reafirmado por ella misma, por primar el carácter objetual de todo instrumento, por hacer sonar sus entrañas.
 



La última obra del álbum supone casi un segundo disco o una cara B, en todo caso una falla con respecto a lo anterior, porque Sagittarius A, de Natasha Barrett (1972) se extiende durante 30 minutos. Que Barrett sea una compositora ligada al aparato electroacústico permite a Hellqvist un peregrinaje en el que su violín no es ni mayor ni menor protagonista que el sonido pregrabado. El título de la obra hace alusión a un presunto agujero negro en el corazón de la Vía Lactea. La imagen, ya de por sí enormemente sugerente, permitirá desplegar un horizonte sónico centelleante en el que no hay sin embargo espacio a la convencionalidad. El violín queda disuelto en ocasiones en una orquesta de altavoces en la que se incrusta como un elemento frágil, y es ahí como Barrett y Helqvist en su ejecución consiguen que la partitura mantenga el vuelo durante toda su extensión. No hay ninguna mano tendida a la imposición de lo acústico frente a lo digital, ninguna veleidad virtuosa. Ambos mundos forman parte de un mismo engranaje en el que las fluctuaciones de una parte hacia a la otra son continuas. Pese a la reducción a dos canales Sagittarius A funciona como página importante y como cierre a un disco premeditadamente inusual y satisfactorio.
 



 
Ismael G. Cabral
Agosto de 2020
 

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