ISSN 2605-2318

Noticias

Évora, capital contemporánea del Alentejo


22/10/2021

Una crónica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla






Desde el año 2013 el Ensemble DME se ha convertido en uno de los principales agitadores culturales de Portugal en lo que a música de creación se refiere. Directamente ligado al Festival DME (Días de Música Electroacústica); la idea de la itinerancia es consustancial a la formación y a la plataforma. De este modo y, con punto de partida en la localidad de Seia, el principal artífice de la iniciativa, el compositor Jaime Reis, está consiguiendo establecer una red (diríamos, casi inédita) de difusión de la música contemporánea en el país luso. Empresa que tiene además otro altavoz, esforzado y voluntarioso, Lisboa Incomum, espacio que gestiona el propio Reis en la capital portuguesa y por el que han pasado compositores ligados a la práctica acusmática tan sobresalientes como Francis Dhomont y François Bayle, entre otros.  
 
Del 15 al 17 de octubre pasados se ha celebrado en la capital del Alentejo, Évora, la tercera edición de su Festival de Música Contemporánea.
 
Ciclo que en su corta existencia ha pasado por distintos avatares y denominaciones y que es ahora, bajo la dirección artística de Reis y con el apoyo del conglomerado cultural DME y la Cámara Municipal de la ciudad cuando parece que, al fin, ha encontrado acomodo. Lo hace además en una localidad con una filiación fluida con la creación artística actual, toda vez que es sede de la prestigiosa Escuela de Artes de la Universidad de Évora, que dirige la pianista especializada en repertorio contemporáneo Ana Telles.  

El Festival arrancaba de este modo el pasado día 15 con un concierto del grupo Síntese, al que no pudimos acudir, y en el que se escucharon obras de Joao Pedro Oliveira y Christopher Bochmann, entre otros. Aunque de limitado interés para el público adulto, era sin embargo la propuesta didáctica del encuentro uno de los momentos más relevantes de este. Bartolomeu, o voador, es un teatro musical infantil concebido por Jaime Reis (1983) en 2018; una obra para coro, narrador, flauta, clarinete, violín, violonchelo y electrónica que se presentó en la Arena de Évora ante un auditorio compuesto por alrededor de 1.000 personas movilizadas por los amplios vínculos familiares que sagazmente facilita esta partitura. Cientos de implicados (Coro de la Universidad de Évora, alumnos del Conservatorio de Montijo, estudiantes de la licenciatura de Artes Plásticas y Multimedia de la Universidad de Évora, actores y gimnastas locales) dieron vida a un breve oratorio escenificado que, pese a su voluntad integradora, no relaja un lenguaje musical en el que, mejor que en ninguna otra obra reciente de Reis, se advierten las enseñanzas y el bagaje legados en él por Karlheinz Stockhausen, de quien recibió clases. Durante muchos de los pasajes, enteramente electroacústicos, de este Bartolomeu, o voador que marida en su esquemática narrativa la legendaria figura del inventor Bartolomeu de Gusmão con la novela Memorial del convento, de José Saramago, atisbamos la influencia de una obra olvidada desde su estreno, la ópera MONTAG aus LICHT, con sus todavía sorprendentes coros infantiles y las riadas de computer music que, como en Bartolomeu, enmarcan la acción. Es así, en una escucha ciega, privándonos del justificado despliegue de peripecias amateurs de los aspirantes que con gran voluntariedad y entrega posibilitaron la función, como esta obra de Reis mejor nos llega, casi como si se tratara de un radio drama puramente electrónico; una segunda vida en la que esta creación, convenientemente pulida, podría alcanzar a públicos que, de otro modo, no se sentirán apelados por su subrayado de obra pedagógica. 





El Colegio Mateus d’Aranda, de la Universidad de Évora, acogió el resto de propuestas del Festival. Como la que hizo en la noche del pasado sábado 16 de octubre el Ensemble DME. Hubiéramos preferido que se sustanciara la propuesta originalmente anunciada, una interpretación íntegra de las tres partes que conforman Vortex Temporum (1994/96), de Gérard Grisey (1946-1998), de la que finalmente sólo se ofreció su tercera sección. Más aún por cuanto que la versión, dirigida por Pedro Pinto Figuereido, solventó las muchas dificultades interpretativas de este Torbellino del tiempo, partitura emblemática de la música espectral y piedra de toque camerístico del legado de Grisey. Obra que, según su autor, "define el nacimiento de una fórmula de arpegios giratorios y repetidos y su metamorfosis en diferentes campos temporales" para lo cual utiliza un reducido grupo instrumental con piano afinado un cuarto de tono abajo que ahonda en esa sensación de inestabilidad y extrañeza auditiva. Esa idea de obra que se va remansando en su avance, que se carga y descarga continuamente de energía, fue muy bien transmitida por los músicos del DME, que demostraron conocer la pieza en su totalidad. Fue precedida por un clásico del repertorio para flauta contemporáneo, Cassandra’s Dream Song (1970), de Brian Ferneyhough (1943), servido por Mafalda Carvalho, quien no se perdió en tonos ensoñados ni buscó otra resonancia que la propia del instrumento/objeto, recalcando cuanto de exploratorio hay en una página que es historia ya de la música del siglo XX. Menos interés nos suscitó Clairière II (2013), para clarinete solo, de Luis Naón (1961), obra formalista y de proyección estrictamente académica que defendió bien Carlos Silva. Tampoco Cal Viva (2021), de Amílcar Vasques-Dias (1945) –estreno absoluto, encargo del Festival- hizo honor a su agresivo título, dúo para clarinete y flauta de morosa abstracción y escaso poso en la memoria.  

En el mediodía del domingo 17 de octubre veía la luz otro estreno, Os chaparros crescem e as azinheiras mingam (2021), del joven compositor evorense Pedro Latas (1998), que actualmente perfecciona sus estudios de composición en el Conservatorio de La Haya. Interesado en el multimedia y la creación electrónica, su propuesta acabaría resultando estimulante y bien conectada, como pretendía, con la tradición musical alentejana, que él mismo reconoce no haber asumido como parte de su propio lenguaje. La obra se presentó de forma convencional, con el público contemplado un pequeño escenario velado por telas y manteles de confección artesanal tras el cual Latas difundía la composición electrónica con el añadido, en vivo, de la manipulación de instrumentos autóctonos que eran golpeados por modestos transductores creando un repiqueteo constante y acústico.  Al no recurrir a la oscuridad total y plantear un escenario de concierto la tensión ante la posibilidad de una performance visible que no llegó a sustanciarse sumó una expectativa que consiguió aumentar la atención a una obra a la que solo cabe reprocharle su brevedad; el material daba más de sí y pedía un desarrollo abortado abruptamente.

En la clausura, el Cuarteto Diotima constituía la única pero muy relevante presencia internacional en el Festival. Recién aterrizados en Portugal tras inaugurar el Donaueschinger Musiktage, la formación francesa presentó un muy exigente programa que comenzó con Brains (2016), de Misato Mochizuki (1969). A partir de conversaciones de la compositora con el farmaceútico e investigador Yuji Ikeyaga, la obra retrata muy libremente cuatro funciones del cerebro humano. De las notas al programa de la pieza, “la primera se refiere al orden de autonomía o independencia, con la emisión cerebral de actividades en forma de patrones fijos, aun sin recibir estímulos exteriores; la segunda, el principio de “infección/contaminación”, con su aprendizaje en espejo de los gestos realizados por los demás, algo crucial para la empatía emocional; la tercera, relacionada con el aprendizaje espontáneo y la autorrenovación; y la cuarta, con la conciencia del yo”. Cuatro cerebros, los de cada músico, centrados en desenmarañar una serie de patrones musicales dados por Mochizuki que van pasando de un atril a otro, en un alambicado juego de espejos e identidades con yuxtaposición de materiales y una estética agreste, virulenta; partitura que en su concreción supone uno de los logros mayores de una autora con notable presencia en el entorno centroeuropeo de la nueva música pero que, consideramos, no ha alcanzado la repercusión que merece. Sin ir más lejos, en el apuntado Festival de Donaueschingen, ha estrenado una de las obras orquestales de mayor énfasis y repercusión de esta edición, Intrusions. Brains, en fin, constituye por lo demás una sensacional carta de presentación para que cada uno de los integrantes del Diotima marcaran su terreno como incontestables protagonistas de la interpretación contemporánea (siempre con permiso de los Ardittis y en un pulso constante, por más que amigable, con los Jack). La audición de la página de Mochizuki, recalquémoslo, supuso el momento de mayor intensidad de todo este Festival de Évora que comentamos.

La música de Stefano Gervasoni (1962) bascula entre partituras insalvables (Com que voz) y aciertos mayúsculos (Muro di canti, Dir in dir). Clamour (2014) entraría dentro de sus páginas más inspiradas, tercer cuarteto de cuerdas de su catálogo, se trata de una obra amplia (que acaricia los 30 minutos) y que resulta también una de las más exigentes de su catálogo. Punteada por silencios, la obra desarrolla toda una críptica épica de los afectos (“el misterio, la calma, la serenidad”) desenvolviendo una plétora de técnicas extendidas que tan pronto parecen invocar a Lachenmann como a Nono en su gusto por lo silente y aforístico. La ruptura de la continuidad no pone fácil las cosas al auditor, que debe atender los acontecimientos sin ánimo de conectar los fragmentos, como retales, que se van presentando. Nuevamente la adhesión del Diotima (Yun-Peng Zhao, Constante Ronzatti, Franck Chevalier y Pierre Morlet) fue total a la estética del compositor italiano. Más que implicación, en cambio, hubo profesionalidad para poner en pie el estreno absoluto del Cuarteto de cuerdas nº3 (2021), de Luis Naón (1961), encargo de distintas instituciones como el Ircam-Centre Pompidou. El compositor argentino, muy ligado a la composición electroacústica, recurría a la electrónica como cuarto invitado en una partitura, como la de Gervasoni, que también rebasaba la media hora. Obra escolástica, dividida en movimientos, resultó la más convencional de las ejecutadas. Sin apartarse de un férreo modernismo, no encontramos -en una primera audición- motivos para pensar que este Cuarteto tendrá mucha más vida más allá de las primeras interpretaciones de rigor. La electrónica es parca, más como pequeños comentarios a solos instrumentales, y muchas veces confundida con el propio sonido acústico. Y la sombra de la II Escuela de Viena permeaba, en exceso, extensos diálogos trufados de un dramatismo lírico expresionista no lejano tampoco a la escritura cuartetística de un Wolfgang Rihm. La de Naón es una partitura trabajada y, seguro, importante para el autor, pero no proporciona demasiadas novedades ni atractores en la audición. Con ella, y con el compositor presente (e invitado como profesor en la Universidad de Évora), concluyó esta edición de un Festival que, bajo la atinada mirada de Jaime Reis, y con los apoyos pertinentes, deseamos pueda seguir creciendo en el futuro consagrando a la capital del Alentejo también como epicentro de la modernidad musical en la región de Portugal menos conocida y, tal vez, más bella.


Las fotos del Festival son de Mike The Axe

Más información en Festival de Évora


 
Ismael G. Cabral
Octubre 2021

 

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