ISSN 2605-2318

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Estreno en España de «Orphée» de Philip Glass


19/09/2022

Con libreto de Philip Glass, basado en la película homónima (1950) de Jean Cocteau, dirección musical de Jordi Francés y dirección escénica de Rafael R. Villalobos.




Los días 21, 22, 23 y 24 de septiembre de 2022 a las 20,30 y el día 25 a las 19,00 horas en la Sala Roja de los Teatros del Canal tendrá lugar el estreno en España de Orphée de Philip Glass, con  libreto de Philip Glass, basado en la película homónima (1950) de Jean Cocteau-, con dirección musical de Jordi Francés y dirección escénica de Rafael R. Villalobos. Una ópera de cámara. Una revisión del mito de Orfeo, con un poeta y una misteriosa princesa como protagonistas.

"Encuentro tremendamente difícil desvincularse de un film tan icónico como es Orphée a la hora de llevar este título a escena, y sin embargo absolutamente necesario hacerlo para entender la dimensión que esta obra ha adquirido con el devenir del concepto de artista desde que el genial escritor francés concibiera la primera versión en 1927 hasta nuestros días, pasando por el citado film de 1950 y el estreno de la ópera en Nueva York en 1993.

En una obra que arranca con la irrupción de una nueva forma de arte -el nudismo– completamente incomprensible para sus coetáneos, es imposible no reflexionar acerca de los mercados del arte, en quién reside la consideración de que es arte y que no, especialmente si nos centramos en el contexto histórico de la composición de la partitura. Por otro lado, más allá del peso del film, una auténtica obra maestra que me ha obsesionado desde mi adolescencia, ha sido precisamente la retórica musical de dicha partitura el punto de partida para esta propuesta, siendo la de Glass una que nos aleja del París de mitades del siglo XX para adentrarnos en el desenfreno neoyorquino de la primera mitad de los años 90 de dicho siglo. La acumulación de células repetitivas, el ritmo frenético salpicado por destellos luminosos -los mismos que se cuelan desde los escaparates en los taxis que transportan a ejecutivos, empleo que como Heurtebise había ocupado el propio Glass décadas antes- contrasta con el frenesí vocal de unos personajes que parecen vivir a una velocidad de vértigo, sin darse cuenta de ello, como bien expresa la Princesa al tomar por primera vez consciencia del paso del tiempo. Solamente el bellísimo interludio orquestal nº 5 del primer acto, inspirado en el Ballet de las sombras felices del Orphée de Gluck, da tregua al espectador dentro del huracán musical, momento en el que los protagonistas se encuentran en una dimensión que desafía la lógica einsteniana, la de los sueños. Solo cuando duermen y sueñan los habitantes de esta obra son felices, aunque los sueños de unos, como dice la Princesa, supongan las pesadillas de otros. Podría decir pues después del apasionante proceso de ensayos que nuestra propuesta nace con una voluntad glassiana, aunque los pilares sobre los que se sustenta sean puramente coctianos: que es la muerte y cómo se cuela en nuestras vidas.

Al poeta y por extensión al artista le acechan dos muertes: la de su cuerpo y la de su obra. La primera, inevitable, forma parte de la propia existencia. La segunda sobrevuela con círculos concéntricos como un ave carroñera amenazando la trascendencia de su corpus. A la vez, la muerte adquiere una apariencia especifica en función del sujeto al que se aproxima. ¿Puede ser vista, entonces, del mismo modo bajo el prisma de Orfeo que bajo el de Eurídice? Dos mujeres co-habitan en el cuerpo de la Princesa, y cada una representa una amenaza diferente: la muerte artística de un poeta que ve su obra tambalear ante la irrupción de una nueva tendencia artística encarnada por el arrogante Cegeste -en realidad vacía y hueca, creada y auspiciada por la propia Princesa-, y la muerte física de una mujer que no soporta la idea de que su matrimonio y la propia carrera de su marido, a quien admira, se hundan.

Por otro lado, viviendo en una sociedad profundamente egocentrista como la nuestra, encuentro curioso cómo apenas ya no nos miramos al espejo. La visión que tenemos de nosotros mismos la obtenemos a partir de una pantalla, la misma con la que nos comparamos con el otro. Así, frente a la noción de la propia existencia que plantea Cocteau al animarnos a mirarnos toda nuestra vida en un espejo para ver a la muerte hacer su trabajo, como las abejas en una colmena de cristal (sic.), el devenir de la sociedad ha desplazado esa auto consciencia a la relación sartriana con la mirada de los otros. Son los demás quienes nos recuerdan nuestra propia existencia -y con ello señalan nuestra muerte-, sea a través de su mirada inquisitorial o viéndonos reflejados en ellos. Las pantallas, podríamos decir, han desbancado a los espejos hasta desterrarlos. Es mirándonos en la idea prefabricada que el otro nos muestra, como nuestra muerte se cuela poco a poco haciendo su trabajo.

Vista desde un prisma contemporáneo, Orphée puede ser entendida como la fábula de un artista que abrazando el liberalismo en su forma más despiadada pierde el centro de su propia esencia artística hasta casi matarla. Un artista que amenazado por las tendencias y por el implacable avance de una nueva generación se lanza a una lucha descarnada por alcanzar una fama efímera que es, sin embargo, enemiga de la propia idea de trascendencia. Si existe una forma física para la muerte del artista, no encuentro una más nítida que esta. Pero también es la fábula de un hombre que, perdido en la dialéctica capitalista, sufre una crisis que le lleva a romper con su propia vida en una búsqueda desenfrenada y sin un objetivo concreto de una acumulación materialista que llenen un vacío que, paradójicamente, es imposible llenar. Ambas fábulas se amalgaman en nuestra producción, donde el tiempo se vuelve líquido y los planos de representatividad se superponen hasta perder la noción de que es real y que es fruto del sueño, de la telerrealidad o de la post-verdad impuesta por el discurso dictatorial de quienes nos rodean. Orphée representa el lado más oscuro del sueño americano, cuya única salvación está en la renuncia de la Princesa, motivada a la vez por el suicido de Eurídice.

La muerte de un poeta debe sacrificarse para hacerlo inmortal. Solo renunciando a él la Princesa puede augurar un futuro trascendental para ambos Orfeos el artista y el hombre-, un lugar junto a Apolo en el Olimpo de los dioses." Rafael R. Villalobos, director de escena

 




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