«Don Tomás Tenorio versus Don Juan Marco»
17/05/2024
Una crítica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla
El Teatro Real estrena la versión escénica de la ópera Tenorio, de Tomás Marco, con la escenografía de Agrupación Señor Serrano
Madrid, 15-5-2024. Teatro Real. Tomás Marco: Tenorio. Joan Martín-Royo (Tenorio) Adriana Goznález (Doña Inés), Juan Antonio Sanabria (La narración), Juan Francisco Gatell (Don Luis Mejía), Lucía Caihuela (Doña Ana de Pantoja), Sandra Fernández (Lucía). Madrigal formado por Alejandro von Buren, Gonzalo Ruiz Domínguez, Enrique Torres, Inés Lorans, Miriam Silva, Aida Gimeno, Pablo Puértolas, Eduardo Pomares, Manuel de Filera, Ana Molina García, Paola Leguizamón y Yeraldin León. Coro Crescendo. Orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Santiago Serrate. Dirección de escena: Agrupación Señor Serrano.
Se podrán poner peros al respecto de la representación de la que goza la música de Tomás Marco (1942) en el
establishment cultural español. Su figura y su poder al frente de unas instituciones y otras deberán ser evaluadas. Lleva años siendo así, de hecho. Y en un catálogo extenso como el suyo tienen que darse obras buenas y menos buenas.
Tenorio, por más apriorismos que se puedan tener, cae del lado de las primeras.
La ópera conoce estos días el estreno absoluto en versión escénica en una nueva producción del Teatro Real después de que se estrenara en concierto, un tanto azarosamente, en el año 2017. Y es Tomás Marco en estado puro. Tanto, tanto es así que perfectamente el compositor podría haber aparecido como un personaje más. Quizás habría sido una vanagloria excesiva, pero toda la música y el texto rezuman
marquismo por los cuatro costados. En el texto, el compositor madrileño se basa, claro, en
Don Juan Tenorio de José Zorrilla pero aquí y allá incrusta insertos de Molière, Quevedo, Lord Byron, Da Ponte, Tirso de Molina y sor Juana Inés de la Cruz. Es así como logra que su
Tenorio -el de Marco, decimos- sea universal; acudiendo a su cualidad de mito inmortal, de arquetipo, de figura fosilizada y que ahí sigue, cumpliendo centurias. Lo de menos, hoy en pleno siglo XXI, es su índole de fantoche seductor; tampoco es que -como se ha leído por ahí- este
Tenorio sea un abanderado del feminismo; eso ya es aprovechar la coyuntura en exceso. Pero, desde luego, y ya es satisfactorio esto, tampoco lo es del machismo con el que tantas funciones colegiales -por más que muchas se den en teatros mayores- siguen revistiendo al personaje.
«El bien que le ha hecho la Agrupación Señor Serrano a la ópera es grande. La música funciona sola, ojo, porque es autosuficiente, tiene interés. Pero esto es teatro, y la compañía catalana, en un escenario reducido, plantea una performance en la que cruza una serie de constantes que caracterizan su quehacer»
Hay un rodaje de una película que propicia algunos momentos de fina comicidad, vemos también todo el
backstage mundano de cualquier producción (con su catering, la máquina de bebidas, la zona de descanso…) En una gran pantalla retranqueada tras un croma veremos muchas cosas, también y por pura delectación visual, la filmación lenta de pequeños objetos y manipulaciones. Todo tiene mucho que ver con un teatro de la miniatura (se piensa en la compañía Hotel Modern… solo que sin muñequitos). Y sí es verdad que, en momentos, se tiende a un abigarramiento que satura y dispersa un tanto la atención. Nada grave. También lo hace el denso libreto. No importa. En todo momento sabemos qué se nos está contando, las intenciones de Marco son claras y algún ligero ir y venir de la atención aquí y allá no saca a nadie de la acción.
La música se queda ahí, es ¿pegadiza? Parece que, de un tiempo a esta parte, al compositor le preocupara este asunto. Así lo defendía en el estreno de su zarzuela
Policías y ladrones. De
Tenorio permanecen algunos motivos, porque su escritura es diáfana, concisa, casi diríamos geométrica.
«Tiene tanto oficio Marco que los renglones de la partitura parecen hechos con tiralíneas, todo es como un gran ensamblaje que funciona. Lo hacen los coros madrigalescos, lo hacen los interludios instrumentales y también las escenas más puramente operísticas, como toda la de la Hostería del Laurel y el dúo final entre Tenorio y Doña Inés.»
Claro que no inventa nada ni quiere ser excesivamente avanzado. Tal vez porque Marco ya inventó hace años su estilo y solo hace depurarlo. No es poca cosa, otros autores acaban sus días dando tumbos o agazapados bajo lo imitativo. Aquí no, sabemos lo que hay desde los primeros compases; con esas percusiones tan teatrales, los largos
parlatos y el gusto por un canto silábico, esmeradamente prosódico, resultón.
Tenorio es un buen Marco, ya lo hemos dicho.
Una música como esta, larga y que se gusta en la reiteración y en un hieratismo muy suyo, necesita a alguien que se la crea. Nadie mejor para ello que Santiago Serrate, que hace algunos pocos años llevó esta ópera al disco. De la Orquesta del Teatro Real, en formato reducido, saca petróleo en forma de texturas reconocibles, un impulso constante y un buen ojo/batuta dramático con el que consiguió estimular a unos músicos que, en otros empeños que consideran menores, tienden a cumplir con rutina. En lo vocal, el barítono Joan Martín-Royo, lució una riqueza tímbrica envidiable y pareció disfrutar con la concisa
cantabilidad de la ópera. Adriana González pudo incluso trastear con sus reguladores y no escatimó lirismo a su personaje. De voz sencilla, bien proyectada y asentada, el tenor Juan Francisco Gatell. Muy disfrutable, como siempre que se le escucha y se le da oportunidad, Lucía Caihuela, que cantó con enorme gusto y ductilidad. Además, es una excelente actriz. Juan Antonio Sanabria cumplió con su cometido de narrador.
Ismael G. Cabral, Mayo 2024
Las fotos son de Javier del Real facilitadas por el Teatro Real
Más información en la web del
Teatro Real