La oportunidad de recogimiento creativo que facilitó la inesperada coyuntura de la pandemia sigue permitiendo que conozcamos resultados derivados de ella tan paradójicamente felices como esta nueva entrega de la colección que, con su característica presentación artesanal, propone el sello discográfico bastille musique. Se trata de un nuevo disco compilatorio del pianista Nicolas Hodges (Londres, 1970) tras su A bag of bagatelles publicado en Wergo en 2019. Este Archipels, título del proyecto, lo era también del concierto que iba a ofrecer en el Donaueschinger Musiktage en 2020 y que, irremediablemente, se canceló. Es así como decidió entonces fijar aquellas músicas que iba a presentar en público en una grabación de estudio que tira del hilo que le propone la obra del compositor André Boucourechliev (1925-1997).
Con la música del tristemente olvidado francés, Hodges se erige en intérprete / co-compositor. Toma la quinta parte de su ciclo Archipel (1970) y la interpreta en tres ocasiones que intercala entre las otras propuestas del álbum. La música escrita por Boucourechliev ocupa una sola planilla; el ejecutante ha de combinar con libertad estas notas y estructuras dadas. También tiene a su decisión el volumen así como la ordenación de las secuencias armónicas. Esta aleatoriedad, que no indeterminación en el sentido cageano, propulsa una música que, lejos de sonarnos añeja, resulta de una belleza diáfana, no exenta de ciertas brusquedades, pero que avanza proponiendo cada vez una nueva lógica discursiva, como si la pieza con sus puntos de partida no se agotara nunca.
El recital se abre con un estudio de Rebecca Saunders (1967), to an utterance, pieza posterior y tentativa como su propia denominación indica del concierto para piano homónimo del que emerge. Aquí la pulsación de Hodges es inflexible. “Implacable, bailando a veces como una furia” escribió la compositora en esta partitura que nace en sentido opuesto, de la masividad del encuentro piano/orquesta a la hiper concentración de todo el material en un estudio. No es, por tanto, un bosquejo de algo que se haría grande posteriormente, hablaríamos más bien de una decantación, de un resumen de intencionalidades y de pliegues estéticos que, por ello mismo, es fiel a la gramática de la autora y plenamente representativa del por qué de la autoridad de esta en el panorama presente de la música contemporánea.
La pieza de Rolf Riehm (1937), Ciao, carissimo Claudio oder Die Steel Drums von San Marco (2017), podría ser vista/oída como la anomalía del programa; no desde luego por su menor valor, en nada es así, acaso por un tono más conciliador que el resto de las músicas previstas. Escrita para piano y cinta, el alemán realiza un homenaje a los sonidos de Venecia velados como transmisiones electrónicas que se cuelan entre las teclas. Aparece el Monteverdi madrigalesco, primero como inserto, después como cita, también lo hace el agua, lo populoso de las calles venecianas y hasta la exótica sonoridad de los steel drums que toca un músico callejero. Riehm, mucho más severo en la mayoría de su catálogo aunque no ajeno al gusto por las intromisiones de terceras músicas, se muestra especialmente sugestivo en esta pieza que Hodges interpreta con el punto justo entre el arrobo y el extrañamiento que expele.
De James Clarke (1957) es la obra más extensa, su Sonata nº 2 (2019), y en la que el pianista parece liberarse gracias a un virtuosismo más desinhibido, hasta un punto neurótico, en comparación con las otras páginas aquí recogidas. 21 minutos sin pausa en los que se despliega una cascada tímbrica que recorre todo el registro del piano atravesado por múltiples identidades; desde una gran inestabilidad armónica en el balbuceante arranque hasta tritonos cargados de resonancia y silencios de un dramatismo romántico. Lo ambicioso del empeño, sin embargo, no hace descabalgar a la partitura y esta se sigue con interés y curiosidad en cada nueva escucha, merced también a la labor de traducción, comprensión y engrandecimiento que realiza Hodges.