ISSN 2605-2318

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«Kopatchinskaja & Say: amenaza de emociones»


08/06/2023

Una crítica de Ismael G.Cabral para El Compositor Habla



Madrid. Auditorio Nacional de Música. 04-06-2023. Patricia Kopatchinskaja, violín. Fazil Say, piano. Obras de Janácek, Brahms y Bartók. Liceo de Cámara XXI (Centro Nacional de Difusión Musical)



Colocar, en la segunda parte, la procelosa y nada sencilla Sonata para violín y piano nº1 Sz75 de Béla Bartók ya es una declaración de intenciones en toda regla. Cualquier otro solista, con este programa, habría hecho las cosas de forma distinta. Primero Bartók, luego Janácek y, para terminar, Brahms. Pero Patricia Kopatchinskaja no sigue los patrones establecidos ni tan siquiera en la configuración que cualquier programador asumiría como lógica. También hay, en esta forma de organizar el recital con el que lleva meses girando por Europa (junto al pianista Fazil Say) un empeño conceptual que se explica con la misma audición. ¿Qué es clásico, qué es moderno? ¿Se actualiza a un clásico según la manera en que se le interprete?

En Bartók hay empuje folclórico (aunque, para ello, en su Sonata nº1 debamos esperar al Allegro), desde luego que en la Sonata de Janácek haberlo, haylo. Y en la Sonata nº3 de Brahms, con sus costuras de ambición sinfónica, con su pathos decididamente romántico, ya se encargó la violinista de comprenderla, desguazarla, volverla a armar, y ofrecerla como engarce en el programa, el mismo por cierto que ambos intérpretes, que llevan tocando juntos desde 2004, han fijado en un reciente disco en el sello Alpha.

Llegaron al Auditorio Nacional de Madrid, dentro del ciclo Liceo de Cámara XXI del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), ya con las obras muy bien rodadas. Kopatchinskaja reconoce en la carpetilla del citado álbum que ha tenido que practicar mucho el desmesurado obrón de Bartok (“Es una de las mejores páginas que escribió (…) técnicamente es terriblemente complicada”). Y vaya si se notó en la soledad de muchos de los pasajes a violín solo del Allegro appassionato inicial, también en la oscura morbidez del Adagio (en el que, junto a Say, hubo momentos de extraordinaria comunión), por supuesto en el feroz tercer movimiento, donde la violinista moldava restalló con su sonido característico, tenso y de gran rusticidad, agreste, con ataques de arco cortos, lleno de guiños realizados con el objetivo de subrayar la contemporaneidad de la que sigue gozando una obra como esta.

La Sonata de Janácek fue un festín de recursos y expresividad por parte de los intérpretes convocados. Sobre el papel, si además ahora seguimos diciendo que Kopatchinskaja tendió a utilizar un legato muy poco marcado, se recreó en pasajes con sordina y apenas incidió en el vibrato podría pensarse que el derrotero de estas líneas es el de la censura a lo hecho. Antes al contrario, la solista ha gestado un nuevo lenguaje violinístico con préstamos de las prácticas de las músicas históricas, formación, acentos y expresividad más afín a la música contemporánea, idilios con la tercera vía y, sobre todo, una personalidad en la que todas las licencias encuentran un correlato estético, un por qué. Nos quedaremos con el Adagio conclusivo de la página de Janácek, con la amortiguación del piano de Say, con sus arrobados encrespamientos mientras que la violinista concluía con acordes rozados, casi suspirados.

Brahms en estas manos podía anticiparse como provocación y amenaza. Ni hubo demasiado de lo primero y, desde luego, nada de lo segundo. Fue una versión progresista la del Op. 108, si se admite la tan usada palabra. Siendo más argumentativos, quisieron colarse por los intersticios de la obra, ver sus tripas y exponerlas. Está bien así porque Brahms fue cualquier cosa menos un músico regresivo. Con más razón aun en una pieza de madurez como esta. ¿Una lectura para la razón, para el intelecto? Tampoco diríamos eso, porque Kopatchinskaja y Say la abordaron con una densidad plenamente romántica, brahmsiana, aunque el barniz, la pátina que recubría el sonar de cada uno de ellos estaba en otro extremo distinto de las versiones canónicas. Imprimieron un carácter rapsódico y fiero, moribundo y desabrido en el Adagio, pero de una sinceridad desopilante. En un mercado clásico saturado de canónicas interpretaciones, esto es puro gozo, salud para nuestros oídos y para la memoria del barbudo compositor, quien sabe qué pensaría de estas cosas del siglo XXI.
 
 
©Ismael G. Cabral. Junio 2023
 

Las fotografías son de Elvira Megías y han sido facilitadas para ilustrar esta noticia por el CNDM organizador del evento.

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