ISSN 2605-2318

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«Gigante ‘Lear’ en el Teatro Real; fuego en el foso y en las voces»


05/02/2024

Una crítica de Ismael G. Cabral para El Compositor Habla



Madrid. Teatro Real. 31-1-2024. Aribert Reimann: Lear. Bo Skovhus, Ángeles Blancas, Erika Sunnegardh, Susanna Elmark, Lauri Vasar, Andrew Watts, Andreas Conrad, Ernst Alisch, Sixto Cid, Derek Welton... Coro y Orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Asher Fisch. Dirección de escena: Calixto Bieito. Producción de la Ópera Nacional de París.



Como un Wozzeck cuya furia se multiplicase por diez. Puede parecer una descripción sobrevenida, un comentario de intermedio. De hecho, lo es. Pero en su trazo grueso y reduccionista hay no poca verdad.  Lear (1978) es una de las óperas más tremebundas e instrumentalmente desquiciadas de la segunda mitad del siglo XX. Y, sin embargo, sin que podamos hablar de un título de repertorio lleva desde su alumbramiento sumando producciones y reposiciones. No pesa sobre su autor, Aribert Reimann (1936), ninguna marca a fuego de compositor de vanguardia, nunca ha sido orillado de los escenarios líricos; al menos no es la suya una firma que infunda (demasiado) temor a los programadores.

Hay explicaciones quizás válidas, tal vez mero follaje reflexivo. Se curtió como pianista acompañante y temprano autor de lieder, el gran Dieter Fischer-Dieskau le encargó a su amigo Reimann este Lear al que Verdi nunca se atrevió a clavarle el diente, quizás encontró a un Shakespeare tan rabioso que pensó que sería mejor legar la tarea a los modernistas de después. Al barítono alemán se le hizo algo bola la partitura pero la defendió y, con Deutsche Grammophon detrás, la ópera se grabó y rodó comercialmente mucho más de lo que habituaban (y habitúan) a hacerlo los títulos contemporáneos. Luego está el talento dramático del compositor; su Lear, podado de secundarios por el buen libreto de Claus Henneberg, echa fuego. Es puro teatro y gran ópera; hay canto, hay líneas que pueden seguirse y también hay hierro, recitativos incandescentes y una orquestación tensa como el mejor y más sanguinario slasher. Que luego Reimann, sin un pelo de tonto y con no poco afán de trascendencia, siguiera por la misma senda invistiéndose a sí mismo como gran heredero de la tradición con títulos como El castillo (Kafka), Troades (Eurípides) y La casa de Bernarda Alba (García Lorca) también redundó algo en su notoriedad como hombre de teatro.
Pospuesta por la pandemia, el Teatro Real ha apostado por recuperar un Lear previsto que, desde los anaqueles donde se limpia, se fija y se da esplendor a las obras más encendidamente presentes, habría que tomar mucho más en cuenta, como lúcida integrante de la nómina de óperas más furibundas y futuras (en tanto que su escucha y su escenificación continúan siendo cosa de hoy y del mañana) de esa vanguardia que sigue reivindicando su denominación. Claro que al sagaz Reimann nunca le interesó formar parte de la camarilla pero es de justicia la condecoración. Así debe entenderlo también el director musical de estas funciones madrileñas, Asher Fisch; quien comprendió mejor incluso que Sebastian Weigle (que ya es decir, óigase su excelente grabación en Oehms Classics) el lenguaje austero e implacable del compositor berlinés.



Con un foso agrandado para acoger al contingente de percusión que precisa la partitura, la Orquesta del Teatro Real se mostró con una ductilidad plena ante las exigencias de la batuta del israelí. Es verdad que cuando la cuerda cantó lo hizo con delicada expresividad; pero fueron los colores ígneos los que dominaron la prestación sinfónica. Fisch no buscó rebajar ninguna hosquedad, antes al contrario las remachó como persiguiendo el estremecimiento de su recogido final. Se recreó en las atmósferas más enrarecidas y, sin desmandarse, dio empuje a la percusión para que, como un personaje innominado más, desatara la artillería.

 
"Qué enorme operista Reimann con este Lear que es pura desinhibición instrumental, a partir de un (post) serialismo expresionista en el que el caos y la rigidez conviven y se miran. Y se retan a duelo"









El condenado Rey Lear ha sido encarnado por quien más veces ha defendido este papel, el barítono danés Bo Skovhus, quien humaniza y lleva al fango al infortunado personaje imponiendo su capacidad dramática a un canto de proyección limitada pero de segura convicción emocional. Su paulatino desabrigo no fue solo físico, fue también mental como comprobamos en su trastabillante piedad con la hija Cordelia extinta en sus brazos. Su materialización tiene visos históricos. La voz torrencial e iracunda de Ángeles Blancas, como Goneril, pudo incluso a las oleadas atentas (pero oleadas al fin al cabo) del foso de Fisch. Pero también tuvo una hostil complicidad con su padre Lear-Skovhus que saltó del escenario en forma de chispas de canto. Los antagonismos radicales son siempre oro teatral. Muy digna la aportación de Erika Sunnegardh, como la pérfida Regan, con agudos de coloratura endiablada. El único amor incondicional, el de la mencionada Cordelia, tuvo a una muy afín a este repertorio Susanne Elmark, brindando algunas de las líneas de canto más homogéneas y rápidamente advertibles de la función. Otro especialista, Andrew Watts brilló como tenor (Edgard) y contratenor (Tom); así como Andreas Conrad, turbador Edmund de voz controlada pese a una escritura que se arremanga en su tesitura. Derek Welton, barítono, dotó de empaque al Duque de Albany y es justo también citar al anciano errante Sixto Cid, quien en sus teatrales parlatos aportó tanta cordura como punzantes aguijones, siendo suyas algunas de las visualizaciones de Calixto Bieito más negras y logradas.

Precisamente, y como convencido de la fortaleza de todo el empacado, la dirección escénica pone todo el foco en la historia, moviendo a los personajes con maestría y enclaustrándolos en un escenario asolado de tablones tristes que, en distintas configuraciones, constituyen la prisión donde unos y otros se dirigirán al desamparo más absoluto. Iluminada con parquedad y aun con reivindicada pobreza, la escenografía de Rebecca Ringst se adapta como un guante a ser castillo, bosque y ocaso.

 
"Ciertos tics característicos de Bieito -la desnudez de una fantasmal adaptación, la fealdad subrayada y la violencia sin cuartel- se esparcen también sin despendolarse; como consciente de que ningún ensañamiento podría haber derrocado al que emana de la partitura de Reimann"












Las fotos son de Javier del Real y han sido facilitadas por el Teatro Real

 
© Ismael G. Cabral. Febrero 2024


 

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