ISSN 2605-2318

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Xavier Sabata, un Pierrot frágil y más trágico que comediante


26/02/2024

Una crítica de Ismael Cabral para El Compositor Habla




22-02-2024. Madrid. Teatro de La Abadía. Schoenberg: Pierrot Lunaire. Xavier Sabata, dirección e interpretación. Solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real. Jordi Francés, dirección.


Añadir enigmas a lo enigmático, encriptar lo que lleva más de un siglo sin desencriptarse. Llegaba a la temporada del Teatro Real una producción de Pierrot Lunaire proveniente del Gran Teatre del Liceu y concebida por el contratenor Xavier Sabata. Escenificar este cabaret cenizo de Arnold Schoenberg siempre es un empeño difícil, ¿qué vida dar a estos poemas entre la truculencia y lo irreal? En ese sentido cualquier solución puede ser tan satisfactoria como lo contrario, es una obra de extremos que ha de ser llevada a escena, si así se desea (es decir, trascendiendo la esquemática fórmula de presentación en concierto) con arrojo, sea por la contención o por lo desmedido, por lo profusamente oscuro o por lo histriónico.

El de Sabata es un Pierrot triste, ennegrecido, más introspectivo que cabaretero. Y está bien que sea así. También habría sido óptimo hacer justo lo contrario. Sorprende eso sí, su deseo de complejizar más lo que nunca ha sido ni será fácil, esto es los textos de Albert Giraud y la musicalización de Schoenberg. ¿Cómo? Añadiendo pasajes de La metamorfosis de Ovidio como introducción a la propuesta. Quiere el artífice de todo esto poner a dialogar a Narciso con Pierrot, aunque será el segundo quien se imponga. El primero, de hecho, apenas susurra, musita. No es un defecto de la megafonía, seguramente, para más retruécano, es Sabata quien no quiere que comprendamos (no del todo) lo que nos recita transido y semidesnudo. Parece que se busca y se exalta, que conoce los peligros que le rodean y así los expone. No se extiende demasiado, tampoco es breve. Dura lo justo como prólogo de ambiente; genera expectación y bajo esa consecuencia, funciona. O, con magnanimidad, no estorba.

Luego los músicos toman asiento y por fin, como gotas, salpican las primeras notas del primero de los 21 poemas del Opus 21 de Schoenberg, Mondestrunken: “El vino que con los ojos se bebe, por la noche la luna nos derrama en oleadas y una marea inunda el sereno horizonte. Deseos, lúgubres y dulces, fluyen innumerables entre las aguas”. Descubriremos con estos primeros versos dos cosas, la precisión de bisturí de la batuta de Jordi Francés, cada vez más ligado al Teatro Real y a sus más osados afanes, también que este Pierrot escatima todo su peso plomo de commedia dell’arte para gustarse, visualmente, como una tragedia griega severísima, en la que nada va a ir bien para el protagonista. Sabata se amolda a un personaje pesaroso y de histriónica expresividad, casi de cine mudo. Y así desgrana un poema tras otro.

El recuerdo discográfico y de tantas otras versiones en concierto comienza a hacer indeseado efecto y se agolpan unos nombres y otros. Nadie invocó a la memoria, pero la memoria es así. Schoenberg entregó este regalo a una actriz sin demasiado conocimiento musical e incluso planteó la posibilidad de que los versos se tradujeran al idioma del público ante el que se diera. El férreo dodecafonista se mostró libertario con Pierrot. Y Sabata lo canta desde una tesitura cómoda de contratenor, desusada, desacostumbrada, menos refulgente que la de una soprano, por tanto también más acorde con su encarnación espesa, en blanco y negro.

Hay Sprechgesang pero tanto o más se produce un acercamiento teatral que fractura una tradición femenina, Sabata se desenvuelve con pulcritud en la expresión de unas emociones y otras, no agrieta los textos ni fuerza la voz persiguiendo lo macabro. Esto desemboca en una declamación continuada, a la que hay que acostumbrarse, y que ofrecerá pocos saltos durante toda la obra, pero no se le podrá negar que ha hecho a Pierrot suyo, muy suyo. En clara sintonía con los Solistas de la Orquesta del Real, el abrigo instrumental es, no sereno, pero tampoco se fuerzan las costuras. Francés logra una ejecución sin fisuras, a tiempo justo, y en la que respeta a la voz en la tarea de no cubrirla, lo que no siempre es sencillo. Formidables los músicos, destacando a Pilar Constancio, en la flauta, y a Ildefonso Moreno, violín y viola.


La fotografía es de Antoni Miró del montaje que tuvo lugar en el Liceu y ha sido facilitada por Graça Ramos del Teatro Real para acompañar esta noticia.

 
Ismael G. Cabral, febrero 2024



 

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