.jpg)
1. Ruth Prieto: El próximo día 22 de abril en el Auditori de Barcelona y con la OBC reestrena su obra “Imatges d’un món efímer"¿qué podría decirnos de la obra?
Josep Maria Guix: La obra nació como encargo de la JONC a lo largo de 2010-2011, en un momento de profunda crisis personal –que supuso, entre otras cosas, el divorcio de mi primera esposa. En este sentido, recuerdo que el proceso compositivo de
Imatges d’un món efímer significó una verdadera terapia, ya que la música fluía por primera vez de manera natural, sin necesidad de recurrir a complejos esquemas previos.
Puesto que en el mismo concierto en que se estrenaría mi música se interpretaba
La consagración de la primavera, tenía la posibilidad de utilizar una orquesta de dimensiones considerables. Fue mi amigo Ramon Humet quien me convenció de que utilizara todos los instrumentistas que tuviera a mi disposición con un argumento incontestable: “
en los tiempos que corren, no volverás a tener una orquesta así nunca más”. Afortunadamente, se equivocó.
Ahora que rememoro las circunstancias, no puedo dejar de pensar en mi osadía: para el primer trabajo orquestal me embarqué en un proyecto de grandes dimensiones. Sin embargo, tras la interpretación entusiasta de la JONC, pude comprobar que la obra se aguantaba. Por supuesto que hoy la escribiría de otra manera, buscando una mayor economía de medios instrumentales y compositivos.
2. R.P.: ¿Cómo ha sido su proceso creativo para esta obra?
Josep Maria Guix: Tenía un conjunto de ideas en la cabeza que acabaron convergiendo de forma casi espontánea tras un largo proceso de reflexión, cosa que, como decía más arriba, originó una actividad compositiva muy fluída.
Por un lado me perseguía insistentemente la letra y el espíritu de
Across the universe de The Beatles -expresiones como "broken light", "endless rain", "restless wind" o "shades of life". A su vez, había escogido una serie de haikus clásicos japoneses como punto de referencia, como fotografías en blanco y negro de determinadas situaciones. Al cabo, comprendí que ambos mundos podían fusionarse en uno solo y surgió una obra en cuatro movimientos sin solución de continuidad.
Recuerdo que abordé la composición de las distintas secciones de manera simultánea, hecho que me permitía calcular las posibilidades de elaboración y desarrollo formal de cada una de ellas, así como el papel que desempeñarían en la estructura global.
Al igual que en muchas de mis obras de cámara, la armonía vino determinada por el timbre de los instrumentos escogidos en cada ocasión: una nota grave del clarinete en crescendo genera un parcial que es sostenido por un armónico de los violines primeros, por ejemplo.
También me resultaron imprescindibles sonidos vinculados a determinados fenómenos naturales (viento, lluvia...). Esa es la razón por la que utilicé sonidos eólicos en maderas y metales, así como la presencia de una percusión extendida que incorpora desde el ocean drum hasta papel arrugado –con el fin de evocar el rumor de hojas secas.
3. R.P.: Usted escribe mucha música de cámara, ¿cómo es el salto a la música para gran orquesta?
Josep Maria Guix: Todavía no poseo un corpus orquestal ni la experiencia necesaria como para contestar adecuadamente a dicha cuestión... Intuyo, sin embargo, que en algunos aspectos la orquesta como instrumento es más agradecida por lo que se refiere a los resultados obtenidos: con pocos elementos pueden surgir sonoridades diáfanas o enérgicas, pero siempre eficaces.
Probablemente –también a nivel histórico y salvo casos excepcionales- en las obras de cámara hay más música, es decir, la concentración, la esencia, es superior. Por eso diría que resulta más difícil de escuchar la música de cámara.
Por supuesto, en la música orquestal podemos incluir elementos camerísticos. Tal vez el ejemplo más representativo lo tendríamos en las óperas de Wagner, un gran “miniaturista” -como lo calificó Nietzsche. Aunque el mayor reto sería conseguir justo lo contrario: con agrupaciones reducidas producir sensaciones de gran orquesta –George Benjamin lo consiguió en
At first light.
Lo más tedioso, y sin embargo muy revelador, consiste en la preparación de todos los materiales de orquesta: es ahí cuando comprendes la visión que del mosaico entero tendrá el intérprete, siempre a partir de su propia tesela.
4. R.P.: ¿Cómo de efímera es la música contemporánea, cuántas obras de la que escuchamos pasarán el filtro del tiempo?
Josep Maria Guix: De hecho toda la música lo es por lo que tiene de inmaterial, de evanescente... Tal vez por ello resulta tan eficaz a nivel emocional.
No soy adivino, pero a juzgar por la cantidad de obras que se han compuesto a lo largo de la historia y de las que solo una pequeña parte son referentes absolutos, supongo que seguirá siendo así. En algunos casos excepcionales, casi toda la escasa producción de un artista es absolutamente relevante –el ejemplo de Vermeer es significativo, igual que el de Webern.
Aún así, no hay duda de que algunas obras recientes –pongamos por caso las de Luciano Berio, Töru Takemitsu o György Ligeti, por citar compositores que me interesan especialmente- resultan verdaderos faros capaces de evitarnos cualquier escollo. Semanas atrás tuve la fortuna de asistir a la representación de
Written on skin bajo la batuta del mismo George Benjamin –de nuevo él-: es un milagro de transparencia, de fluidez, de belleza sonora... Otro foco capaz de iluminar nuestras penumbras.
5. R.P.: A veces uno se pregunta si la cultura ha muerto, si solo queda el espectáculo y el fútbol, ¿a usted qué le parece?
Josep Maria Guix: Recientemente Salvador Oliva (poeta y traductor de Shakespeare al catalán) escribía en El País sobre la desastrosa situación -él utilizaba la expresión
“terrorismo cultural”- en que se encuentra la cultura en nuestras latitudes: desde el IVA aplicado al teatro y a la música, hasta el hecho de multar a los escritores jubilados por los beneficios obtenidos con sus derechos de autor.
¿Queremos unos ciudadanos cultos y educados –esto es, críticos- o simplemente unos consumidores sumisos? Con la crisis, además, ha disminuído el dinero destinado al consumo cultural –concepto horroroso, por otra parte, ya que la cultura se adquiere, pero no se consume. Si a esto le sumamos la tendencia global a la homogeneización de los productos, incluso los que pretenden ser transgresores, veremos como resultado un empobrecimiento enorme. ¿El modelo Louvre es la respuesta? Me temo que no. Si aplicamos a todos los ámbitos de nuestra vida el concepto empresarial, aparecen verdaderos despropósitos: un tren transporta pasajeros, una universidad tiene estudiantes en sus aulas –o los debería tener- y en los hospitales hallamos pacientes; pero a menudo nos recuerdan que somos clientes cuando subimos a un vagón de metro. Lo siento, pero no considero que un libro de poesía sea un producto análogo –en términos empresariales- a un paquete de arroz integral.
Y no critico una cultura de masas. Entiendo y comparto la actitud de todas aquellas personas que, un viernes por la noche, desean sentarse ante una pantalla para entretenerse con una buena película de acción antes que con un Dreyer trascendente. Pero deberíamos ser capaces de pasar de la baja a la alta cultura –como señalaba Eco. Si nos conformamos exclusivamente con el éxito en taquilla tendremos tan solo superhéroes para largo y músicas relamidas acaparando todos los clichés imaginables. La pregunta en todo caso debería ser: ¿podrían existir en la actualidad cineastas como Federico Fellini o Andrei Tarkovski y llevar a cabo su labor creativa?